Y tuvimos que salir "por piernas".
Hay pocas cosas, hablando cibernéticamente,
que me hagan más feliz que poder transmitiros las pequeñas
cosas que ocurren en nuestro pueblo y, como estamos tan poco
acostumbrados a las novedades, cuando se produce alguna me
da una rabia tremenda no poder compartirla con todos
vosotros. Así que como dice el refrán “A falta de pan,
buenas son tortas”. Esto quiere decir que en vez de colocar
aquí una colección de fotos de la nevada del pasado fin de
semana, me he de conformar con relataros brevemente nuestra
estancia en Alcázar.
Por motivos varios hacía tiempo que no íbamos
a pasar unos días en Alcázar, las últimas han sido visitas
relámpago, incluso durante las Navidades no pudimos acudir a
disfrutarlas en nuestro lugar preferido para el descanso y
el relax. El hecho de que mi hija mayor, la que vive en El
Cairo, haya venido en estos días hizo que este fin de semana
nos acercáramos al pueblo para ver a la abuela, al tiempo
que aprovechábamos la ocasión para reunirnos toda la familia
–ya empezamos a tener difícil buscar un día en el que todos
podamos coincidir para pasar un rato juntos, el trabajo de
unos, la distancia de otros…– y al amor de la lumbre pasar
un rato de conversación, de evocaciones de otras épocas y,
por qué no, también de disfrutar de unos manjares a los que
en la ciudad no tenemos acceso: una poco de oreja o papada a
la lumbre, un trozo de tocino asado sobre las ascuas, la
longaniza, el chorizo, o cualquier otra fruslería, todo
acompañado del exquisito pan de Pepe el panadero de Rubite y
regado con unos sorbos del vino autóctono.
Además del hecho de la manduca, el frío
imperante también animaba a permanecer el mayor tiempo
posible próximo al fuego que iba consumiendo los viejos
troncos y ramas de olivo o almendro en la chimenea del salón
de nuestra casa. El ruido del crepitar de la lumbre y la
simple contemplación de las llamas que, sin saber muy bien
porqué, te dejan absorto y con la mente en blanco, como
hipnotizado, por su fulgor como de siempre le ha sucedido al
ser humano desde que inventaran o descubrieran el fuego
nuestros antepasados más remotos, hacían que el sosiego se
apoderase de ti y te transportara a inespecíficos lugares.
Visita al huerto, un asomarse al corral de
González o un corto paseo por el camino de la rambla nos
retrotraía a tiempos pretéritos cuando el Barranquillo se
hacía dueño de su cauce; el ruido ensordecedor del rugir de
sus aguas hace que la sensación de frío ambiental aumente
considerablemente.
Una rápida visita a Torvizcón por asuntos de
negocios de poca monta, me hace pensar sobre el hecho de
tener que depender administrativamente de Órgiva teniendo a
Torvizcón tan cerca en todos los sentidos. No pudimos ir por
el carril de tierra que nos une al pueblo vecino, tuvimos
que hacerlo dando todo el rodeo por la Venta de las Tontas y
bajar hasta el empalme y en sentido contrario a la vuelta.
El carril estaba cortado por las últimas lluvias. Así que en
vez de un breve recorrido en un corto espacio de tiempo
hubimos de emplear mucho más de lo esperado hasta llegar, y
volver, al, y del, pueblo de los “Mayoyos”.
Llegamos el viernes por la tarde y pensábamos
volvernos el domingo tras del almuerzo, pero después de un
sábado de cielo limpio, sin que apenas se divisara una nube
en todo el horizonte, el domingo amaneció con
características similares. A media mañana comenzaron a
aparecer unas nubes por el pinar de los Gallegos, todos
pensamos que serían las típicas nieblas de la costa que
suben hasta la venta y que después comienzan a bajar hasta
el pueblo, pero qué equivocado estábamos. Comenzó a caer una
tímida agua nieve que, poco apoco, se fue transformando en
copos cada vez de mayor tamaño. Todos pensamos que aquello
pasaría pronto, así que no nos tomamos muy en serio el
fenómeno atmosférico que se nos mostraba frente a nosotros.
Aquello que parecía que no iba a cuajar, poco después se fue
transformando en una capa blanca, cada vez más espesa sobre
los terraos de las casas y en las hojas y ramas de los
árboles y las plantas, los coches empezaban a adquirir todos
el mismo color y nuestra inquietud comenzó a aumentar. Sobre
la marcha se decidió la partida y en poco rato todos
estábamos preparando los bártulos, que no eran pocos –cuando
va uno al pueblo es como si se fuese a la guerra, hay que
llevarse de todo, bueno de casi todo, por si las moscas–,
para regresar a la ciudad. Y, menos mal que así lo hicimos,
pues en poco rato todo comenzó a cubrirse de blanco que cuando no tienes mejor cosa que hacer, ni nada mejor en
que pensar, es una delicia contemplar desde el balcón o la
ventana de la casa o pasear por los alrededores del pueblo
cámara en ristre tomando las mejores instantáneas del níveo
paisaje que nos envuelve –así nos ocurrió el año pasado–.
Al poco de dejar atrás las últimas casas del
pueblo ya estaba todo blanco y la carretera comenzaba a
presentar un espesor de nieve que la hacía peligrosa.
Mientras más subíamos camino de la venta, mayor era el
grosor de la nieve que las ruedas de nuestros automóviles
iban horadando por primera vez, dejando tras de sí un rastro
que al poco tiempo quedaba de nuevo oculto por la nieve que
no cesaba de caer.
Por fortuna tomamos en el momento oportuno la
decisión adecuada. La bajada por el tablazo hasta después de
Camacho estaba bastante peligrosa,
sobre todo el hielo acumulado en las curvas del Ayllón, pero
la pudimos llevar a cabo sin ningún contratiempo y al poco
de pasar la Cañada la nieve se fue transformando en agua
nieve para acabar en agua de lluvia al alcanzar
la carretera de Órgiva a Cadiar. El resto del trayecto fue
tranquilo hasta Granada donde, al poco de llegar, comenzó a
caer una impresionante nevada que ya sí pudimos disfrutar
tranquilamente desde el cálido interior de nuestra vivienda,
viendo cómo el parque cercano cambiaba el verde de su césped
y los grises y ocres de sus árboles por el blanco puro de la
nieve que con tanta intensidad caía sobre toda la ciudad.
¡Cómo me hubiese gustado quedarme en el
pueblo y poder completar hoy una página con imágenes como
las del año pasado! Pero las obligaciones son las
obligaciones, por mi gusto nos hubiésemos quedado allí y ver
cómo acababa todo, pero el lunes a las siete de la mañana la
mayoría de nosotros teníamos que volver a estar de pie para
acudir a nuestros respetivos trabajos y como decía mi
maestro “Antes es la obligación que la devoción”. Seguro
que algunos de los que estaban en el pueblo tuvieron la
oportunidad de hacer fotos de esta breve pero intensa
nevada, confío en que nos envíen algunas de ellas para el
disfrute de todos los que no tuvimos la oportunidad de
contemplarla.
Teodoro
Martín. Alcázar de Venus.
Fotografías de Manuela Moreno