Por Antonio Gómez Rodríguez.
Lo contaremos como una gamberrada de gentes
jóvenes y con ganas de pasárselo bien, teniendo en cuenta la
diversión que había en un pueblo como nuestro querido Alcázar en
aquellas fechas. Nada de nada era lo cotidiano de cada día.
Allá por los años 60, en concreto el 16 de enero
de 1965, como viene siendo costumbre desde siempre que yo recuerde,
es una tradición que se ha ido heredando desde nuestros antepasados
hasta nuestros días, y aún sigue, se celebraban los tradicionales
chiscos de san Antón Abad.
Cuando en los cortijos, al igual que todos los
vecinos de Alcázar, nos afanábamos en traer grandes cantidades de
leña para tener la luminaria más grande en nuestro barrio. Que fuese
la más grande del pueblo era para nosotros un orgullo.
Se tiraban algunos cohetes, más bien pocos que
no muchos, por la escasa economía de los campesinos que era bastante
restringida. Y no era para tirar muchos cohetes, nunca mejor dicho.
En aquellos años en que no había llegado al
pueblo la televisión y apenas había en algunos domicilios alguna
radio, los jóvenes y los menos jóvenes nos reuníamos en alguna de
aquellas dos tabernas existentes en el pueblo, al dar por finalizada
la quema de los chiscos nos acercábamos a una de aquellas tabernas:
era nuestro destino.
En el Cerrillo estaba la taberna regentada por
Vicente Alonso “Vicente la Mercedes”. Ésta era siempre más
frecuentada por las autoridades: alcalde, maestro, secretario,
sacerdote y las personas de mayor poder adquisitivo. Esto no quiere
decir que para las demás gentes del pueblo este bar tuviese vetada
su entrada.
La otra taberna se encontraba ubicada en el
Barrio Bajo, regentada por un hijo de Antonio López Castilla “El
Rubio”, de nombre Antonio, como su padre, y de apodo “Rubillo”. Por
aquello de tener 17 años, los más jóvenes era el bar al que más
íbamos.
¡Fueron pocos los cohetes que tiramos durante
la quema del chisco de ese año! Al dar por finalizado el chisco, mi
vecino y amigo Agustín Gómez Barros (Agustín del del cortijo la
Suerte, hermano de Rosendo) y yo nos guardamos uno de los cohetes y
nos encaminamos hacia el Barrio Bajo, a la taberna de “El Rubio”.
Entramos en el local que estaba distribuido de la siguiente forma: a
la derecha el mostrador que ocupaba unos cuatro metros de los cinco
o seis que tenía el salón. Al fondo había unas escaleras que daban
acceso a la cámara, primera planta que servía de desahogo a la
taberna y aperos de labranza, aquella casa no era vivienda
principal. Al fondo del salón y al pie de las escaleras se
encontraba una habitación que la tenían como reservado, sobre todo
para jugar a las cartas. Los juegos podían ser varios: Julepe,
Monte, aunque el más habitual era el Rentoy.
En el momento de nuestra llegada se encontraban
echándose una partida de Rentoy algunos amigos, en este caso la
partida era de ocho y otros tantos, o tal vez más, observando a los
jugadores, todos conocidos, amigos y algunos familiares nuestros. Al
entrar saludamos a todos dando las buenas noches, lo correcto y
habitual de todos los vecinos del pueblo de Alcázar. En nuestro
pueblo el saludo a nadie se le niega.
Abusando un poco de la confianza de los que
jugaban la partida, y un poco en broma, les pedimos por favor que
nos cediesen dos sillas para poder sentarnos que estábamos algo
cansados. La respuesta fue rápida por parte de algunos de los
jugadores: «¿Habéis oído vosotros lo que dicen estos dos pollos?
¡Que le demos dos sillas porque vienen muy cansados! ¡Vaya, hombre,
qué bonito! ¡Que nos levantemos dos de nosotros para que ellos se
sienten y terminen la partida! ¿Qué os parece?»
Parece ser que tanto a mi amigo Agustín como a
mí no nos gustó nada el que no nos cediesen las sillas, cuando tan
“educadamente y por favor” les rogamos que nos diesen dos sillas.
Dije a mi amigo Agustín: «Llégate hasta la puerta de la calle y
cierra ésta con llave.» Encargo que mi amigo realizó al momento
regresando con la llave de la puerta en la mano. Les mostré a
nuestros amigos el cohete que con anterioridad me había guardado y
le dije: «¡Veréis como sobran sillas!» Acto seguido acerqué el
cigarro que tenía encendido a la mecha del cohete. Creían que iba de
broma, pero cuando vieron la mecha arder, comprendieron que aquello
no era una broma, sino que allí se podían producir muchas víctimas.
El caso no era como para quedarse sentado en las
sillas, ni en la habitación: al momento sobraron sillas, mesa y
cartas. Como sabían de antemano que la puerta estaba cerrada, el
camino más corto para ponerse a salvo eran las escaleras que daban a
la cámara. Cuando en la huída se juntaron de 14 a 16 personas, es
fácil imaginarse el tapón que se formó. Es de suponer el pánico de
nuestros queridos amigos.
Siguiendo la broma acerqué a sus posaderas el
chispeante cohete, por lo que nadie quería ser el último en subir a
la cámara. Como siempre suele pasar cuando se consume la mecha del
cohete, éste siempre estalla, y aquel no iba a ser menos y estalló.
Cuando el cohete explosionó, no tenemos ni que preguntar cómo quedó
la escalera: nuestros amigos quedaron todos como guiñapos
desparramados por el suelo.
Lo de explosionar el cohete fue una broma algo
pesada, pero que muy divertida. Ellos, por las caras que tenían tras
el suceso, no tenían muchas ganas de reírse, pero gracias a Dios no
hubo víctimas.
Cuando lograron recuperarse
del susto, mi amigo Agustín y yo ocupábamos sendas sillas sentados a
la mesa, e invitamos a seis de ellos a que tomasen asiento, ya que
sobraban seis sillas de las ocho que había en la habitación. Seis de
ellos aceptaron el ofrecimiento y tomaron asiento alrededor de la
mesa. No obstante, mi amigo y yo nos levantamos cediendo las sillas
a los dos que faltaban para terminar la partida.
Se recogieron las cartas del suelo, donde
quedaron tras la huída por el temor al cohete, continuando en paz la
partida los mismos que la comenzaron.
Lo sentimos mucho, pero estas cosas suelen pasar
cuando unos amigos piden algo por favor y no se las da. ¡Ah!, y no
me preguntéis quienes ganaron el Rentoy, porque no llegamos a
saberlo nunca; al preguntarles al día siguiente todos aseguraban
haberlo ganado, aunque según las reglas del juego, unos ganan y
otros pierden y aquí no se iban a romper. Eso sí, el mosqueo por lo
del cohetico no se les había quitado a ninguno de nuestros
maltrechos amigos, que en el fondo también lo habían pasado bien con
la broma.
Lo del cohete nos sirvió de muchos ratos de risa
siempre que nos juntábamos con algunos de los allí presentes aquella
noche de la quema de los chiscos.
Con el tiempo nos fuimos marchando muchos de
alcázar, unos a Cataluña, otros a la zona de Almería, a Motril,
Granada y a otras partes de nuestra querida patria. Otros quedaron
en Alcázar para siempre. La mayoría estamos ya jubilados, los menos
no lo están, mas lo cierto es que cada año nos escapamos de nuestros
lugares de residencia y acudimos a nuestro pueblo para estar unos
días con la familia, los paisanos y amigos. No nos podemos olvidar.
Las fiestas en honor de Nuestra Señora del Rosario, nuestra patrona,
desde hace muchos años se vienen celebrando a mediados de agosto,
que es cuando más gente regresa al pueblo.
Me siento obligado a tener un recuerdo de las
personas que en la anécdota narrada se encontraban allí aquella
noche, en la taberna de “El Rubio”, aquel 16 de enero de 1965. Todos
echamos mucho de menos, en las fiestas de nuestra patrona, a las
personas que estaban en esos días y ya no están físicamente entre
nosotros, pero que, sin embargo, siempre se encuentran en esas
fechas en nuestra memoria y en el recuerdo de todos nosotros. Con
mucha pena en el fondo de mi corazón paso a poner sus nombres en
este escrito, ¡cuánto me gustaría que fuesen menos de los que son:
Antonio Gómez Pérez, “Primo Antonio el Pastor”
Joaquín Castillo Rodríguez, “Primo Quino”
Manuel López Castilla, “Primo Manolo Prado”
Antonio López Arredondo, Antonio Serafín
Roberto”
Manuel López González, “Manolo Primitiva”
Antonio Domínguez González, “Antonio el Churre”
José Gómez Barros, “José de la Suerte”
Manuel Noguerol Alonso, “Manuel Calaveras”
José Santiago Jiménez, “José el de la Taberna”
Como por desgracia podemos ver, ya no están
entre nosotros, en el mundo de los vivos, y por supuesto jamás
estarán en las fiestas patronales de nuestro pueblo. Para todos
ellos, en donde quiera que estéis, y junto con todos vuestros
familiares y amigos, con el corazón y el alma. Notamos vuestra
falta. Como buenos cristianos que somos rogamos a Dios un descanso
eterno por los siglos de los siglos, amén.