VIVIR
La
gran fiesta alpujarreña
Tradición,
música, arte y gastronomía en la cita anual del
festival de la Alpujarra, que este año eligió Rubite
para su celebración
RAFAEL
GAN/RUBITE
La
Alpujarra mueve montañas. Así es y así se demostró
ayer mismo en Rubite, pequeño y encantador pueblo de la
Alpujarra baja que acogió el XXIV Festival de Música
Tradicional. Y es que para hacerlo tuvo incluso que
desmontar un cerro cercano a fin de acoger la
infraestructura necesaria de una celebración anual que
reúne cada año a varios miles de personas en un solo día.
Una cita indispensable en el calendario alpujarreño que
está a punto de cumplir un cuarto de siglo de vida. Un
festival multitudinario, alegre, caluroso y con éxito
de público y de organización que llenó de gente, música
y baile la tierra de los buenos, que es como se conoce
esta parte de la Alpujarra que mira al Mediterráneo.
Una enorme carpa, cientos de sillas, 26 grupos
participantes, 12 horas de actuaciones, homenajes, música,
gastronomía, trajes típicos, faldas campesinas,
sombreros de faena, esparteñas en los pies, delantales,
castañuelas Con estos ingredientes se 'cocinó' esta
jornada intensa que se convierte cada año en un
encuentro de alpujarreños de los cuatro costados de la
comarca, de tierras almerienses o granadinas, todos
juntos. Desde Laujar o Vícar hasta Cádiar o Laroles.
Disputa
dialéctica
En el escenario dos grandes troveros: Sotillo y Sevilla.
Dos amigos enfrentados esta vez, en sana disputa dialéctica,
sobre el uso del móvil al volante. Uno defendiendo su
uso, el otro atacando su empleo con las únicas y
poderosas armas de la palabra. Ancestrales quintillas
afiladas, mente rápida, sabias rimas, sentido del humor
que hace las delicias del público: «Es una equivocación,
ni te entienden ni te entiendo porque no llevas razón,
al que habla conduciendo deben meterlo en prisión»,
sentencia Sevilla.
Saber hacer de troveros consumados y primeros pasos de
otros jóvenes que retoman la tradición, la escuela
infantil de trovo de Murtas. Jóvenes poetas que ya
desgranan sus versos y auguran un porvenir a la cultura
de la comarca. O los niños y niñas de Rubite con su
romance de Rosalinda. Espoleados por sus padres,
orgullosos de verlos sobre el escenario con sus trajes típicos,
dando vida a una canción de siglos pasados.
El calor aprieta bajo la carpa pero los abanicos ayudan
bastante y la música de violines y bandurrias apacigua
los grados de más. Son 12 horas intensas que dan para
mucho y los grupos se suceden sobre el escenario bajo la
atenta mirada del jurado. Expertos musicólogos, antropólogos
y otros estudiosos de las tradiciones que valoran el
trabajo de cada uno de ellos. Son horas de estudio, de
rescate de canciones, de ensayo que se juzgan ahora.
Viejos romances de los abuelos, canciones de rueda
recuperadas, juegos de trilla o cante mulero de Murtas o
Albondón.
La gente va y viene, se sienta, deja su sitio a otros.
Otros se levantan, buscan bebidas, comen algo, se
reencuentran con amigos y conocidos. Y así, mientras el
grupo San Miguel de Mecina Bombarón escenifica el
trabajo en la tahona, otros dan cuenta de la excelente
gastronomía alpujarreña, presente en el evento.
Productos de la Murteña, jamones de Trevélez, dulces
de Ugíjar, garbanzos tostaos, goloso turrón de la
arqueta de Miguel Y es que los puestos de productos autóctonos
de la comarca acaparan tanta o más atención que los
bailes tradicionales, el robao o la mudanza.
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