DESVENTURAS
EN BURRO POR ESPAÑA.
Todo
el relato es interesante en sí, pero, en nuestra opinión, los capítulos XIV y
XV son los que más pueden llamar la atención de los visitantes de esta web. Y
es por el hecho de que en ellos se hace referencia a lugares tan próximos y
conocidos por nosotros como el trayecto de Albuñol a la Venta de las Tontas, la
Haza del Lino, la Sierra de Lújar y, especialmente, la Venta de las Tontas, a
la que los autores denominan como “Posada de la Tonta”.
El libro en su versión original (Misadventures with a Donkey in Spain)
fue publicado en Edimburgo en 1924, la traducción es de 1995 y está editada
por la Real Academia Alfonso X el Sabio de Murcia. Con ello podemos comprobar
que allá por los albores del siglo XX cruzaron por estas tierras nuestras
ilustrados extranjeros que dejaron sus vivencias reflejadas sobre el papel,
tanto en forma de escrito como de pinturas.
Vamos a recoger aquí algunos de los párrafos que consideramos de más interés para nuestros visitantes. Solamente señalar, para terminar esta presentación, que el impacto que el transcurrir por estos parajes y las experiencias vividas en ellos debieron de ser grandes, pues, como decíamos antes, les dedican dos capítulos y tres ilustraciones, mientras que, por ejemplo, el paso por Órgiva lo despachan con un escueto párrafo al final del capítulo XV, y el resto del trayecto hasta Granada en apenas dos páginas sin ilustración alguna.
La
salida de Albuñol nos la relatan así:
“Salimos de Albuñol al
amanecer, y avanzamos por un camino con muchas curvas que ascendía gradualmente
junto al valle por el cual, durante la estación húmeda, vertían al mar los
torrentes a través de la Rambla de Albuñol. Por suerte habíamos vuelto al
macadán y, a pesar de que el camino cada vez era más en cuesta, el pequeño Coronel avanzaba con el paso enérgico de costumbre. Alcanzamos a una mujer de
aspecto sobrio, más que dispuesta a hablar, a la que acompañamos durante un
trecho. Iba a un manantial de agua potable para reunirse con sus hijos, los
cuales habían salido antes con burro para recoger leña...”
Nos
describen a la mujer, sus quejas sobre las vecinas del pueblo que criticaban a
las casadas que querían vestir con gusto y la lucha que por aquel tiempo mantenían
los lugareños contra las pulgas. Y continúan:
“La carretera pasaba por un
puente y volvía a salir airosamente por el lado de la corriente. Ahora empezaba
a inclinarse más abruptamente, y la energía matutina de Geraldine se vio
puesta a prueba. Alcanzamos el famoso manantial de agua potable de la cual dimos
de beber a Geraldine y también llenamos nuestras cantimploras...” “como la
mayoría de los países cálidos, España tiene gran interés por el agua. A
menudo la primera pregunta acerca del lugar es «¿el agua es buena?»...”
“Después de llenar nuestra
cantimplora ¾«el
estómago»¾
espoleamos a Geraldine otra vez, y salimos de cara al monte. Habíamos observado
que, en algún lugar cerca de donde pretendíamos pasar la noche, había un
puerto de montaña marcado con un 1225 (probablemente el puerto de la
Haza del Lino), lo cual indicaba los metros... “En la práctica quería
decir veintidós kilómetros de cuesta arriba continua, veintidós kilómetros en
los que una cuesta sucedía a otra, sin un solo trecho de llano durante todo el
trayecto...” “A veces había unas vistas maravillosas, especialmente mirando
al mar desde las colinas; a veces un paisaje de un colorido grotesco, y otras
unos extensísimos paisajes majestuosos...”
“A veces cuando el camino
era demasiado malo hacíamos con mucho esfuerzo trechos de cien metros cada vez,
recorrer un kilómetro nos costaba una hora entera. En algunos sitios, con
Geraldine tirando y Jo y yo empujando, nos abríamos camino, sujetando las
ruedas con piedras de vez en cuando para que el burro descansara. El día era
muy caluroso, con el calor absoluto, seco, refulgente, inexorable de las
carreteras españolas.
«Tres burros para un carro»,
le dije sonriendo a Jo después de un trecho muy laborioso...”
“Habíamos salido antes de
las seis de la mañana y eran bastante más de las seis de la tarde cuando
llegamos a lo que resultó ser finalmente la última estribación del paso, a la
que ascendimos por entre huertos de alcornoques muy bellos al sol de la tarde (el
Alcornocal de la Haza del Lino), bellos incluso con lo cansados que estábamos.
Aún no se habían acabado las fatigas de aquel día. En un lugar de este camino
había dos ventas o posadas de carretera, según nos habían dicho, pero la
distancia que nos separaba de ellas parecía ilusoria. Unas mujeres que nos habíamos
encontrado antes nos habían dicho dos millas, un carretero mucho antes nos había
dicho dos leguas, una chica que estaba junto a un pozo nos había dicho legua y
media, pero ya habíamos rebasado tales distancias y no aparecía ninguna
venta...”
“Pero al final, dando
suspiros de sincero agradecimiento llegamos a la verdadera cumbre. ¿La
verdadera cumbre? Bueno, no precisamente...” “La constatación definitiva de
que íbamos cuesta abajo fue hecha por el pobre Coronel Geraldine. Estaba ya tan
cansado que el carro le empujaba por detrás amenazando ponerlo de
rodillas...” A nuestra izquierda se extendía una región montañosa que
descendía hasta la pálida superficie del mar el cual daba la sensación de
estar inclinado en lugar de horizontal. A nuestra derecha se podían ahora ver
totalmente las cumbres nevadas de Sierra Nevada, una cordillera bastante monótona
después de todo. Justo delante de nosotros había una masa montañosa enorme,
la Sierra de Lújar, tras la cual se estaba hundiendo el sol...”
Nos
dibujan una tormenta propia de las de la subida desde el cruce de Rubite, con
vientos huracanados y el agua que parece subir del suelo en vez de bajar del
cielo, después continúan:
“Se estaba haciendo de
noche. Debíamos apremiar a Geraldine, pero la oscuridad avanzaba más rápidamente.
Pronto la Sierra de Lújar no fue más que una silueta masiva contra un cielo eau-de-nil
que parecía que no hablaba sino de paz.
Seguimos avanzando
arrastrando nuestras alpargatas empapadas, sujetando los largueros para que
Geraldine no se cayera. Estábamos sudando; pero no había ejercicio que nos
pudiera calentar. Al final la oscuridad se tragó todos los detalles de la tierra
excepto su silueta; ante nosotros se hallaba la enorme masa de la Sierra de Lújar;
a la izquierda los valles descendían hasta la nada; a la izquierda la nieve de
la Sierra brillaba como la sombra de una nube. Pero también se desvaneció, y sólo
a base de forzar la vista se podía vislumbrar la joroba de Lújar aún delante
de nosotros, cada vez más grande a medida que nos acercábamos...”
“De repente al pie de la
Sierra de Lújar apareció un destello de luz. Se encendía, desaparecía,
centelleaba y de nuevo se encendía otra vez como una llama fija...” “El
camino iba derecho hacia el pequeño faro...” “Llegamos sorprendidos a un
cruce de caminos. Junto al cruce apenas si pudimos distinguir un largo poste que
sujetaba una tabla de madera, obviamente una señal....” (¿El cruce de
Alcázar y Fregenite?¿Otro anterior?).
“El sol, la lluvia y el descuido habían desgastado el poste a la manera española: todas las palabras estaban borradas...” “...escogimos el camino de la derecha. Otro cuarto de kilómetro después se había apartado bruscamente de la luz que nos servía de faro. Las dudas se apoderaron de nosotros. Pero ¿qué íbamos a hacer? Así que seguimos adelante.
Después de lo que nos pareció
un rato interminable ¾seis
kilómetros, de hecho, desde la cumbre del paso¾
percibimos un luz mortecina que parecía más propia de una casa que aquella
lucecilla clara que seguía brillando por entre la Sierra de Lújar. Dimos
gritos de júbilo. La luz se nos hizo más grande, y se materializó de repente
en una casita ¾un
enorme portal que daba a un espacio interior como el de un granero. Nos
detuvimos.
Quitándome el sombrero según
las buenas costumbres europeas, me acerqué a la puerta; una mujer de rasgos
angulosos se levantó de delante del fuego para recibirme.
«Perdone, vamos de viaje,»
dije, «estamos empapados. ¿Es ésta la venta?»
«Esta no es la venta,» dijo
la mujer secamente, y me cerró la puerta en la cara.”
Nos
siguen relatando cómo, desesperados, siguen en busca de la otra venta que según
sus noticias debía estar próxima. Cómo en esta otra también, en un
principio, le dan con la puerta en las narices y cómo, arrepentidos, mandan a
un zagal para que vuelvan a pasar la noche con ellos. Ésta sí debía de ser la
auténtica Venta de las Tontas, y nos describen la escena que ven a su llegada
así:
“Entramos. Un grupo de
personas se hallaba acurrucado alrededor de un fuego de leña: había mujeres
con la cabeza cubierta, hombres con sombreros de ala ancha y niños sentados en
cuclillas, iluminados por las llamas al crepitar, las cuales eran la única luz
del lugar.”
Y
continúan:
“Metimos
el carro a empujones bajo el porche protector; estábamos alegres. Llevamos a
Geraldine a un pequeño establo perfumado de salvia y tomillo, ya que el suelo
estaba lleno de estas suaves hierbas, enemigas de las pulgas, según dicen. Casi
merecía la pena estar tan deprimidos para remontarse ahora tan fácilmente
sobre las alas del placer. La compañía de un grupo de campesinos olorosos y
sonrientes alrededor de un fuego de leña era parte de un cielo cercano”
Relatan
las curiosas preguntas a las que son sometidos por los habitantes de la casa y
la incredulidad de que ellos puedan dedicarse a pintar cuadros, imaginando que
eran fotógrafos. También les hablaron de sus habilidades con la música y cómo
hubieron de mostrarla ante su “escogido auditorio”, y dicen:
“Tocamos
y ellos nos correspondieron con bebida para que nos calentásemos; un
aguardiente que no podía haber sido más ardiente... Por fin tuvimos en
nuestros platos la tortilla lista y humeante... Tortilla, patatas fritas, pan,
vino ¿qué más se puede pedir? Una cama quizás, pero eso estaba por
venir...”
Nos
cuentan la llegada de dos tipos que rápidamente se ponen a dormir sobre unos
sacos de paja que les habían preparados, y la de un par de pastores con un rebaño
de ovejas que también se acomodan para dormir. Ellos para conseguir cama deben
seguir cantando, hasta que la vieja les habló con unas palabras inesperadas:
“«¿Quizá
quieren una habitación?»
«¿Qué
si queríamos una habitación?»
Subimos
por unas escaleras de mano a un agujero en el techo. Arriba había una
buhardilla ocupada por una mesa redonda enorme, antesala de una pequeña
habitación, inmaculadamente limpia. ¿Qué si queríamos una habitación? La
habitación era un gozo para la vista: estaba encalada, totalmente blanca; sobre
un par de camas
Aquí
concluye el capítulo XIV. El XV comienza así:
“Después
de los esfuerzos del día anterior no podíamos obligar a Geraldine a seguir
adelante sin descansar, así que nos quedamos un día en aquella pequeña posada
de montaña, que se llamaba, a propósito, la Posada de la Tonta, a la vista de
las cumbres de Sierra Nevada. Los dos hombres que se habían tumbado en los
sacos de heno eran dos viajeros que esperaban un carruaje que los iba a llevar
a ellos y a su equipaje a Motril...” “A la luz del día apenas se podía
entender que aquel lugar no era una venta, pues más allá de la entrada se podía
ver claramente un mostrador de madera con un regimiento de botellas y unos
gordos coroneles de barriles de vino pintados, como es la normal general...”
“Había
un par de chicas en la familia, y Jo, en reconocimiento de la amabilidad
que había supuesto enviar al muchacho a por nosotros aquella noche, decidió
pintar sus retratos, en parte como señal de gracias, y en parte como prueba de
que se podían hacer retratos a mano...”
“El
carro que esperaban llegó después de comer. Se detuvo en la posada para
recoger el equipaje de los pasajeros y descargar vino para la posada. El vino
iba dentro de unos pellejos de cerdo hinchados, y cada uno de los pellejos iba
dentro de un saco de cuerdas trenzadas. Tales pellejos de vino son más cómodos
de cargar en los carros que los barriles de igual medida.”
Finalmente
nos relatan cómo la niña a la que iba a retratar Jo se negaba, pensando que le
iba a hacer daño y cómo al final hizo el retrato de las dos hermanas, también
lo poco que valoraron el hecho algunos de los presentes con frases como:
“Es
la cosa más fácil del mundo, aquí tienes un trozo de madera y aquí hay
colores; aquí tienes otro trozo que está limpio. Entonces con un pincel pequeño
coges color de aquí, y lo pones en la otra, y el cuadro se hace solo. Así de fácil”
Acaban
el relato en lo relativo a la Venta de las Tontas como sigue:
“Al día siguiente salimos a completar nuestro viaje por las estribaciones de Sierra Nevada. Atravesamos trece kilómetros cuesta abajo sin parar para compensar los de la subida desde Albuñol, de modo que el paso tiene veintidós kilómetros de subida por un lado y dieciocho por el otro. Tres kilómetros más ligeramente en cuesta y ya estábamos en Órgiva, lugar de salida de la diligencia a motor que va a Granada.”