Dolores
“La Jabonera”
Estas líneas van
dirigidas como recuerdo a Dolores “La Jabonera”, que en paz descanse.
Para
las personas que no tuvieron el placer de conocerla, se me viene a
la memoria dedicarle unos párrafos de cómo fue su vida. Siempre
repartió mucho cariño y coraje aquella buena vecina para todos los
alcazareños. No puedo, ni debo, olvidar cómo se portó aquella mujer
con toda mi familia y en especial conmigo. Por tal motivo, no puedo
dejar pasar por alto quién fue Dolores “La Jabonera”.
Dolores estaba en todo
momento dispuesta a sacrificarse por cualquiera de sus convecinos
que de ella necesitara su voluntad o ayuda, nunca tenía malos modos
con ninguna persona, ni mayor ni pequeña.
Desde que
tuve uso de razón, siempre recuerdo a “La Jabonera” en casa de mis
padres, allí en el cortijo de las Adelfillas. Dolores ayudó mucho a
mi madre cuidando a Maruja, a mí, a Encarnita
y a Vicente 2º. Nos cuidó como una segunda madre. Y sobre todo, cómo
ayudó en casa cuando a mi hermano Vicente 1º le dio aquel fuerte
ataque de meningitis que acabó con su vida a los 13 meses de nacer,
nació el 14 de octubre de 1942 y falleció el 8 de diciembre de 1943.
“La Jabonera” en
aquellos trágicos días se encontraba con nosotros en las Adelfillas,
no faltando del lado de mi madre ni de noche ni de día. Al mismo
tiempo cuidaba de todos nosotros incluyendo a la abuela María, ésta
que, además de ser mayor, desde nacimiento tenía problemas en ambos
pies que le dificultaban la movilidad, y que con sus años estaba
casi impedida, digo casi, porque a pesar de eso ella se hacía todas
sus cosas, aunque con dificultad
Dolores cuidó de todos
nosotros, no sólo en nuestra infancia y adolescencia, e incluso en
mi temprana juventud. Nunca esta respetable señora pedía nada a
cambio y de forma incondicional ella repartía cariño, bondad y
sacrificio por poco más de nada. Comía y dormía en casa, ofreciendo
siempre lo mejor de un ser humano, unido a sus grandes dosis de
paciencia para con todos nosotros y toda nuestra familia.
Me contaba mi madre en
muchas ocasiones, y con mucho respeto, la añoranza y el mucho cariño
que guardaba hacia la persona de Dolores “La Jabonera”. Siempre dijo
de ella que fue una persona muy honrada y que los buenos consejos
nunca le faltaron en todo el tiempo que estuvo en casa, que fueron
muchos días, muchas semanas, muchos meses y unos pocos años.
El apodo de “La
Jabonera” le vendría seguramente por aquello de que cuando quedó
viuda, se dedicaba a hacer jabón casero, el mismo que vendía por el
pueblo y los cortijos buscándose la vida como podía. Había quedado
con un hijo de corta edad y con escasos recursos económicos.
Mi madre, en sus relatos
con relación a Dolores, siempre nos decía que aquella mujer había
sufrido mucho a lo largo de toda su vida. A su esposo, José Zúñiga,
natural de Ugijar, a los 35 años le dio una parálisis de cintura
para abajo que lo dejó imposibilitado para el resto de sus días.
Esta terrible desgracia le sobrevino antes de nuestra horrible e
injusta guerra civil.
El matrimonio y su hijo
Federico vivían en el Barrio Bajo de Alcázar, en una casita de una
sola planta con dos habitaciones, más bien pequeñas, una
cocina-comedor con un rincón al fondo como, en aquellos tiempos,
tenían la mayoría de las casas del pueblo. Un día en el que Dolores,
como la mayoría de ellos, se encontraba fuera de la casa tratando de
buscarse la vida, sobrevino la tragedia.
Era un día de esos de
aquellos meses del invierno en los que el frío y el viento hacían
época por sus bajas temperaturas y su fuerza. Dolores dejó el fuego
del rincón encendido y sobre una manta colocó al bueno de José
tumbado al calor de la lumbre para que no pasase frío. La mala
suerte y el fuerte viento reinante se aliaron para que la desgracia
llegara a esta humilde casa. Por causa del viento debió de saltar
una chispa prendiendo fuego a la manta en la que se encontraba José
envuelto.
Por aquellas fechas, mi
madre aún estaba soltera y vivía con sus padres y hermanos cuatro
casas más arriba en la misma calle. Contaba mi madre que su padre,
mi abuelo Serafín, regresaba a casa después de realizar unas faenas
de labranza en el pago conocido como el Ramblizo, subía por el
camino de los Callejones. Cuando se iba acercando a las primeras
casas del pueblo por el Barrio Bajo, punto en el que se encontraba
la casa de Dolores, percibió un fuerte olor como a carne quemada.
Aceleró el paso para ver de qué se trataba y al aproximarse a la
vivienda de esta familia vio cómo salía humo por la puerta. Pensó en
lo que podía estar sucediendo dentro de la casa con José dentro y
tal vez solo. Precipitadamente entró en la casa y encontró a José
dando gritos de dolor y ardiendo todo su cuerpo. Como Dios le dio a
entender, y como pudo, arrastró al pobre hombre apartándolo del
rincón y apagándole las llamas. Como consecuencia de aquella
desgracia, José resultó con quemaduras de tercer grado en más del
90% de su cuerpo. El desafortunado accidente le acarreó la muerte
unos días después y “La Jabonera” quedó sola con un hijo de corta
edad y pocos medios para salir adelante.
Después de lo ocurrido
no se le acabaron las penas y sufrimientos a Dolores, todavía el
destino le tenía guardadas otras muchas calamidades más, esta vez en
relación con su hijo Federico.
Cuando estalló la
guerra, madre e hijo se encontraban en Alcázar. Federico tenía en
aquellas fechas unos 15 ó 16 años. Como la mayoría sabemos, Alcázar
quedó en la zona roja. Federico era un muchacho algo exaltado. Junto
a su pocos años y por la incitación de otras personas mayores
relacionadas con la causa, realizó algunas cosillas desagradables
relacionadas con la iglesia.
Terminada la contienda,
como ocurrió en otros muchos lugares de España, y Alcázar no iba a
ser menos, comenzaron las revanchas, denuncias sobre aquellas
personas que habían quemado santos, iglesias y, por desgracia, otras
muchas cosas más que ya pasaron a la historia y Dios no quiera que
se repitan.
Nuestro protagonista,
Federico, como otros, fue detenido y llevado al Puerto de Santa
María (Cádiz), donde permaneció una buena temporada hasta que
cumplió su condena.
Fueron unos años de
mucha miseria y hambre. En las cárceles ni contar lo que debieron de
padecer y sufrir las criaturas.
Dolores “La Jabonera”
con lo poco que podía conseguir con sus muchas horas de trabajo,
algo que siempre les daban las familias de los hermanos Gómez, tanto
comida como algunas pesetillas, cada vez que podía se desplazaba al
Puerto de Santa María para ver a su hijo que lo estaría pasando muy
mal. ¡Cómo debió de sufrir aquella mujer, viuda y con un hijo en la
cárcel!
Cuando Federico salió de
la cárcel se puso a trabajar en el campo
Con mi padre, Antonio
Gómez, en el cortijo de las Adelfillas. Allí estuvo varios años,
quizás hasta los cincuenta cuando se marchó a trabajar a las minas
de Peñarroya en Sierra Lújar, trabajando en ellas hasta su
jubilación.
Dolores “La Jabonera”
realizó toda clase de trabajo. Algunas veces con una cesta de
pescado vendiéndolo por los cortijos. Siempre las buenas personas,
las de buen corazón, que le compraban el pescado, solían darle algo
de matanza, hortalizas, legumbres…, todo era bueno para llevar a
casa. A Dolores se le daban muy bien todas las faenas relacionadas
con la matanza. Eran
los
tiempos en los que las mujeres se pasaban hasta altas horas de la
madrugada cociendo las cebollas y dale que te pego al almirez o al
mortero para machacar las
especias: pimiento
rojo, pimienta, cominos, matalahúva, clavo, ajos, perejil, canela,
etc, para poner en los embutidos. Dolores era buena matancera y por
ese motivo muchas familias requerían
su presencia.
Cuando ya se encontró
mayor y no podía estar sola se marchó con su hijo Federico, esposa y
nietos a los Tablones de Órgiva, donde terminaría su sacrificada
vida junto a los suyos, algo que ocurrió en un mes de abril.
Tengo en mi mente, como
un mal recuerdo,
aquel día 19 de abril de 1995. Sobre las 12 del mediodía me
desplazaba en mi coche desde Granada a Torvizcón para llevar a mi
madre, María Dolores Rodríguez, que había estado unos días en
nuestra casa para asuntos de médicos. Como era costumbre también nos
acompañaba mi mujer, María Modesta.
Al aproximarnos al cruce
de Tablones, nos vimos obligados a detenernos para dar paso a un
coche fúnebre acompañado de gran cantidad de personas a pie y una no
menor caravana de coches. No es que invadiesen toda la carretera, la
organización era
muy buena, pero nada más que por respeto hacia los restos de aquel
ser humano merecía la pena pararse unos minutos hasta que el cortejo
terminara de pasar.
Jamás pudimos imaginar
ni pensar ninguno de los tres que en aquel féretro iban los restos
de nuestra amiga Dolores “La Jabonera”.
Acto seguido reanudamos
la marcha hacia Torvizcón, que era nuestro destino. Unas horas más
tarde por personas de este pueblo que habían asistido al sepelio de
nuestra querida y estimada Dolores, nos enteramos de su
fallecimiento. La noticia fue dura para todos nosotros. ¡Cuánto
sentimos la pérdida de aquella señora que siempre nos dio lo mejor
de sí misma! Mi madre lloró mucho aquel día y otros muchos más la
desaparición de aquella tan fiel amiga y consejera que siempre fue
para ella.
Dolores, si Dios tiene
un lugar en el Cielo para los justos, estoy seguro que tú estarás en
él. De aquellos que tuvimos el placer de conocerte en este mundo ya
vamos quedando pocos. ¡Es ley de vida!
Granada, enero de
2012
Antonio Gómez
Rodríguez.
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