Albuñol es
la cabeza
del Gran Çehel de los moros;
fortalezas y atalayas
dominaron sus contornos.
Sus tierras dan a la mar
y se extienden por las ramblas.
¡Qué viñas y qué almendrales
por sus colinas arraigan!
Los vinos que se elaboran
en los lagares de antaño,
adquirieron justa fama
en comercios y mercados.
En tiempos de la conquista
sus campos fueron diezmados
por turcos y berberiscos
que en sus bajeles llegaron.
La “Cueva de los Murciélagos”
en su término se encuentra;
testimonio del Neolítico
hallados fueron en ella.
La Alpujarra de las Viñas
la llamaron los autores;
de sus tahas y poblados
nos quedaron los mejores.
Veamos:
Albondón es la primera,
a dos leguas de la mar;
cortijos blancos salpican
de color su sequedad.
En laderas y barrancos
de sus resecas montañas,
crecen, fuertes, los viñedos
al calor de la solana.
Sorvilán, sobre una loma,
lo besan todos los vientos;
su terreno pedregoso
es campo de los almendros,
que se reparten la tierra
con higueras y viñedos. Encumbrada está Polopos
en la seca Contraviesa;
pasas y vinos recoge,
poco pan en sus laderas.
Al pie de una barbacana
entre el Cercado y el Junco,
duerme Torvizcón el sueño
casi apartado del mundo.
El morisco Abenhayán
hizo del lugar su sede;
en la torre del vizconde
se defendió con su gente.
Alcornoques y almendrales,
con encinas y viñedos,
constituían la riqueza
de sus ramblas y sus cerros.
Estamos finalizando
el periplo alpujarreño:
sierra y mar se han abrazado
en este feliz encuentro.
Dos aldeas nos aguardan
al terminar la jornada:
Rubite, sobre un collado;
Alcázar, en la
hondonada.
Diez mil arrobas de lana
y cuarenta mil de vino
se cosechan en Rubite
en época de moriscos.
El centeno y la cebada,
los ganados y el aceite,
son los frutos que de Alcázar
en sus “corridas” se venden.
Albuñol cierra la ruta
de la Alpujarra costera,
a una legua de la mar,
de la mar que es su reserva… |