Alcázar de Venus: "Entre la Nieve y la Mar"

                  

Amigo, paisano, primo

               Éstas eran algunas de las palabras con que nos solíamos tratar cuando nos encontrábamos en cualquier parte del pueblo: a la salida de misa, al acercarse a recoger agua de la Cerquilla, al cruzarnos en la Canal, al cederme la torna del agua de riego… Tras el saludo, normalmente, siempre existía un rato de conversación agradable. Las palabras justas, ni una de más ni una de menos. Nunca salía de su boca una palabra de crítica o reproche.  En el transcurso del diálogo no era raro que se deslizaran comentarios sobre los asuntos de actualidad o acerca de temas culturales o históricos, geográficos o relacionados con la naturaleza.

        Una madre y la vida son las mejores maestras que nuestra existencia nos puede deparar y con ellas fue con las que él aprendió a ser, sobre todo, noble y bueno. Otros conocimientos los adquirió, como sagaz observador, en sus ratos delante de la televisión viendo los reportajes de los canales temáticos o los programas informativos. Aprehendía lo que escuchaba, era esponja que se embebía de lo que oía y veía, después, cuando la ocasión era la propicia, nos sorprendía con breves pinceladas de lo asimilado, según su propia opinión. Los razonamientos de otros que pretenden darnos lecciones a cada instante casi nunca llegan a la altura de los de mi amigo, mi paisano, mi primo.

        Digo mi amigo porque era tarea casi imposible no ser amigo de un alma tan pura como la que almacenaba Paquito en su enjuto cuerpo; se hacía querer y quería a todos aquellos a los que trataba. Era mi paisano: él de Archidona, yo de Gaucín, dos pueblos serranos malagueños situados en los extremos norte y sur de la luminosa provincia vecina. Ambos nos sentíamos orgullosos de nuestro origen y siempre que podíamos presumíamos de ello entre nosotros. Era mi primo porque él así lo quería, porque así le apetecía llamarme y a mí me apetecía llamarlo a él, seguro que el parentesco, en menor o mayor grado, debe de existir entre las familias de mi mujer y la suya, y ya sabemos que “quien quiere la col, quiere las hojitas de alrededor” y, si todo lo referente a Paquito era sencillo, sentirse próximo a él en lo afectivo resultaba más que sencillo.

        Vivió con los suyos, rodeado de los suyos, de los más próximos y de los que circunstancialmente estaban cerca de él. Consideraba próximo a todo aquél que se acercaba a su lado. Exquisito en el trato, en el modo, en las formas. Jamás una mala palabra, jamás un mal gesto, siempre una sonrisa en su rostro, la mano extendida para saludar al conocido y al forastero, o para ayudar, dentro de sus posibilidades, a quien lo necesitara.

        Toda su vida dedicada al trabajo desde que tuvo capacidad para ello. Lejos de su Alcázar querido, cuando acompañaba a su madre y demás familiares en sus veraniegas y temporales estancias en los hoteles de Lloret de Mar, cuando tenía que acudir a los trabajos para los que era solicitado o cuando junto a su familia dedicaba las horas que fuesen necesarias al trabajo diario: el cuidado de los animales, de las hortalizas, de las plantas o la recogida de los frutos correspondientes a cada estación agrícola.

        Callado cuando debía de serlo, humilde en todo momento. Respetuoso  y respetado, con todos y por todos, amable con los propios y los extraños. Sencillo como el que más, sabio en su modo de actuar, filósofo a su manera…, así era mi amigo, mi paisano, mi primo.

        Todos lo echaremos de menos; más que nadie su madre, su hermana, su cuñado y sus sobrinos; sus tíos, sobre todos Anita una segunda madre, una hermana mayor, sus primos y todos sus vecinos y amigos. En el ámbito familiar ha sido una vida completa de dedicación mutua, por ello, aunque físicamente no siga a su lado, seguirá permanentemente junto a ellos, en sus recuerdos, en cada uno de los rincones de la casa, en los parajes donde recogieron almendras, higos o aceitunas, en los corrales cuando le acercaba el agua a los animales o el alimento necesario.

        En la iglesia, antes de entrar a las celebraciones o a la salida de las mismas, lo seguiremos viendo en el interior en actitud recogida elevando sus preces. Seguro que ahora, desde allá arriba, cerca de todos los santos en los que tanto creía y a los que tanto quería, seguirá con recogimiento, humildad y perseverancia rogando por todos los que lo quisieron en vida y lo seguirán queriendo en el recuerdo. Y en ese recuerdo seguirá viviendo Paquito con nosotros, con sus familiares, amigos y vecinos, tanto en el de aquellos que lo trataron de un modo más cercano como en el de quienes lo hicieron esporádicamente; en el de los que jugaron con él de niño y en el de los que compartieron ratos de trabajo o diversión cuando mayores. En todos y en cada uno de los que tuvieron cualquier tipo de relación con Paquito, su presencia será permanente más allá de la transitoriedad que supone nuestro efímero paso por este mundo.

        Será difícil acordarse de él y no verlo con su rostro siempre sonriente. Cuando notemos que una especie de halo misterioso sobrevuela el espacio en el que nos encontramos, esbocemos una sonrisa porque seguro que desde el lugar de donde procede el destello, alguien con un corazón tan grande que no pudo resistir más, estará devolviéndonosla con creces.

        Éste era para mí Paquito, el hijo de Araceli Acosta, mi amigo, mi paisano, mi primo.

        Hasta siempre, chico.

 

Teodoro Martín.

Alcázar de Venus, noviembre de 2008

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