La de Alcázar no se rinde

A sus 91 años, Rosario Castillo sigue trabajando en el campo.

   Una vecina nacida y residente en la pequeña y tranquila localidad alpujarreña de Alcázar, Rosario Castillo Alonso, que el próximo 24 de abril cumplirá 91 años de edad, es capaz, gracias a su fortaleza y energía casi insólitas, de irse cada mañana a realizar tareas campesinas como recolectar aceituna, limpiar los balates de hierba, arreglar acequias, plantar hortalizas o recoger frutos.

   Rosario, que enviudó hace tres décadas y que es madre de tres hijas, mientras camina airosamente con una añeja espuerta para recoger del suelo la aceituna madura y enlutada que desprenden sus moriscos olivos, nos dice que “aunque pude ir a la escuela, cuando cumplí siete años empecé a ayudar a mi familia en el campo. Por aquellos entonces mis padres y nosotros -que éramos seis hermanos (tres mujeres y tres hombres)- no teníamos mas remedio que ganarnos el trozo de pan, porque la vida para los pobres era muy sacrificada”.

   Recuerda Rosario que “unos se encargaban del pastoreo por esos cerros que están frente al pueblo, otros sembraban patatas, trigo, cebada o maíz, en distintas épocas del año, y cuando llegaba la recolección de la aceituna casi todos nos pegábamos a esa tarea en unas fincas que eran de tres hermanas ricas del pueblo”.

   Pasaron los años y Rosario siguió trabajando. Segaba el trigo, recogía el maíz, regaba los campos, plantaba árboles frutales, hacía nuevos balates de piedras, en un rincón semioculto de la finca situaba tomates, pimientos y pepinos... “y para que en tiempos de Navidad pudiésemos sacrificar varios cerdos los criábamos con sobrantes de comida, frutas, papas cocida con sémola de trigo y remolacha”.

 Epidemia mortal

   Rosario Castillo -que en todo momento recuerda a su marido Serafín “que fue cartero y una persona muy buena y querida por todos”-, comenta que hace más de sesenta años empezó a morirse por la Alpujarra y otros lugares un gran número de niños y niñas por una epidemia.

   “Una de mis hijas, Encarnación, que tendría cinco años, enfermó de repente. Con gran devoción -asegura- pedí a la Virgen de las Angustias que si sanaba mi hija y no moría de esa maligna epidemia iría siempre y hasta mi muerte vestida de luto por ella. Como mi hija se curó yo cumplí lo prometido”.

   A pesar del tiempo, Rosario sigue comiendo buenos pucheros y marrano en casa de su hija Consuelo.

   “Y para no perder la costumbre, mientras Dios me dé fuerzas, iré todos los días a realizar las tareas agrícolas tal y como comencé a efectuarlas hace ahora más de ochenta años”, termina Rosario.

RAFAEL VÍLCHEZ. ALCÁZAR.

Reportaje publicado en el periódico IDEAL  de Granada. El texto y la foto son de Rafael Vílchez, cronista de todo lo que huela a Alpujarra, y si es pequeño, mucho más. El original nos ha sido cedido amablemente por Consuelo Alonso, hija de Rosario.

Nota de la web.

En 1998, al año siguiente a la publicación de este reportaje, Rosario nos abandonó para reunirse con Serafín. Se fue vestida de luto y después de más de ochenta y un años de trabajos agrícolas, no sin antes haber dado un peón de cava y desayunado, en casa de su Consuelo como cada día, huevo frito con ajos y jamón y un trozo de tocino asado. ¡Que Dios la tenga en su gloria!

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