FREGENITE.
DE VISITA.
Desde la Venta de las Tontas, por
1,5 kilómetros de sinuosa carretera, con un piso más que aceptable para lo que
se usa por estas tierras, dando vista alternativamente a las cumbres de Sierra
Lújar o a los invernaderos que al fondo nos anuncian la proximidad del
Mediterráneo, nos acercamos al núcleo urbano de Fregenite.
Se llega a una explanada en la que
fácilmente pueden aparcar varios vehículos, a la izquierda un
lavadero público recuerda la época en la que las mujeres de Fregenite se
acercarían a él para con jabón casero de sosa y azulete darle un zuque a la
ropa que la dejaría mondada y reluciente. Hoy Herminia,
la única vecina del pueblo, probablemente no se acerque hasta él para lavar
sus ropas, seguro que tiene la posibilidad de hacerlo en su propia
vivienda.
A los visitantes les llama la
atención el apiñamiento que supone la organización urbanística del pueblo,
la mezcolanza de construcciones en ruinas o semi derruidas con viviendas
perfectamente rehabilitadas o en trance de estarlo; de calles cementadas con
otras que en
tiempo estuvieron empedradas o meros caminos de tierra enfilados por jaramagos y
otras hierbas que brotan desde sus orillas o incluso de los huecos de los muros
a medio caer. A cada paso que dan
se encuentran una construcción de piedra y barro, de ladrillo árabe, de
bloques de cemento, de mampostería, de nuevo el ladrillo, o la piedra..., en
muchas de las rehabilitadas se está sustituyendo la blanca cal de las paredes
por la piedra viva y el cemento, con lo cual se consigue que el pueblo, desde la
lejanía, permanezca en el anonimato y no deje entrever lo que nos chivatea la
blancura de la cal.
Al fondo del pueblo la iglesia
recientemente restaurada (su origen data de
mediados del S. XVIII) donde los naturales de Fregenite veneran a su patrón San
Miguel. Los colores vaticanos sobresalen en su fachada, y en su parte más alta,
guarecida en la espadaña, la campana que siempre convocó a los vecinos a los
actos religiosos hoy permanece muda los más días del año. La placetilla que
da acceso a la iglesia lleva el nombre del sacerdote
Manuel Martínez, un homenaje de sus paisanos por el celo y cariño que
demostró en todo lo necesario para la restauración del templo. Después del
despoblamiento ha sido y es costumbre volver al pueblo a finales de septiembre
desde las distintas tierras a las que emigraron para celebrar con los amigos y
familiares la fiesta en honor del santo. Suelen ser las gentes de Fregenite muy
amantes de su pueblo, son muchos los que restaurando la vieja vivienda familiar
consiguen que el pueblo tenga vida en cierto modo, así se sienten obligados a
volver con más frecuencia que si no tuviesen algo que los uniese al pueblo,
"a falta de familiares y amigos, mantengamos en pie la vivienda",
parecen decirse a sí mismos los fregeniteños.
En la pared sur de la iglesia y de
cara a los aires que vienen de la mar se encuentra el pequeño cementerio del
pueblo, la paz, que es la tónica general de toda la población, se acentúa aun
más, si ello fuese posible, al traspasar la cancela que da acceso al campo
santo. Allí se encuentran aquellos que ya sólo están en el recuerdo de sus
familiares y de sus amigos, los de hace siglos y los más recientes; el último
de ellos, Antonio, el marido de Herminia, como decíamos antes la única vecina
de Fregenite.
Tras recorrer todo el pueblo no nos
encontramos con ningún vecino o visitante accidental, tampoco
vimos a Herminia (estaría afanada en sus quehaceres); pero debía de haber
alguien: un par de automóviles junto al nuestro así lo daba a entender,
también la presencia de algunos perros que parecen guardianes de sí mismos y
que, por extraño que parezca, no han emitido el más leve ladrido cuando hemos
pasado por su lado; ellos, indiferentes ante nuestra presencia, seguían
dormitando.
Se descubren pequeños huertos en
los que las matas de habas, los cebollinos, ajos, patatas y otras
hortalizas, también obligan a sus propietarios o cuidadores a acercarse hasta
el lugar para mantenerlos firmes hasta que se recoja el fruto. Esbozos de
jardines con algunos tulipanes y narcisos y, sobre todo, la abundante
vegetación herbórea que prolifera por doquier una vez se han marchado los
fríos de este desconocido y glacial invierno de 2005.
Retornamos por la misma sinuosa
carretera hasta la Venta de las Tontas para proseguir nuestro viaje; a mitad del
camino hacemos una parada para tomar una imagen más de Fregenite con el
Mediterráneo, que presumimos, al fondo. Nos llevamos las imágenes de este
bonito pueblo en la retina y en la cámara: aquí os hemos dejado algunas de las
de la cámara, las de la retina os están esperando en Fregenite.
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