ANEJOS
OLÍAS.
Olías
Y llega uno por ejemplo a Olías, por
una carretera asfaltada, estrecha y que se acaba justo donde empieza el pueblo,
4 casitas en medio de un lugar, con una montaña a la derecha (según el mapa y
mi orientación el monte de ….). Y es en estos pueblos donde uno parece viajar
en el tiempo, y aunque ve algún que otro coche por allí aparcado, ve a una
amable señora con un sombrero de paja que lleva de la mano un borrico con un
par de alforjas cargadas de estiércol de cordero que por supuesto te saluda
amablemente y se dice internamente “otro torpedo que se ha perdido este mes
por estas carreteras olvidadas de dios”. Y un poco más adelante otro par de
viejecitas, también con su simpático sombrero de paja, hacen algo de mimbre
sentadas a la puerta de su casa
Ante la torpe pregunta de “¿cuántas
personas viven aquí?” (cuando perfectamente podría haberlas contado ; ) una
cuarta señora me dice que son 4 mujeres, y me explica quién son cada una de
ellas: que si su cuñada, que si su no sé quién… Al rato de las
explicaciones, y como si fueran aparte, me dice “ah, y también viven 5
hombres…” También me cuenta que es un pueblo tranquilo, que se vive muy
bien, sobre todo por el silencio, todo es naturaleza, pero que no ven a casi
nadie, porque son pocas las criaturas que como yo paran por allí. Que tienen
agua, luz, televisión, pero que ella ya está viejita y le fastidia bastante
cuando tiene algún problema de salud y tiene que ir hasta el pueblo de al lado
a buscarlo, y aunque supongo que irán en coche, por las explicaciones y los
gestos parece como si fueran (o hubieran ido) a buscarlo alguna vez andando
monte a través. Después me cuenta que tienen una nave llena de cabritos y que
si quiero puedo ir a verla, no muy segura de que eso pueda interesarme lo más mínimo.
Pero claro que me interesa, y después de dar una vueltecita por el pueblo y
hacer unas cuantas fotos de casas de piedra, puertas de madera (sí, de madera
de árbol ; ) y fachadas encaladas, me dirijo hacia la nave que me comentaba a
ver que efectivamente, estaba llena de cabritos. Debía de ser una fábrica
de cabritos porque los había de varios colores y tamaños, marrones, blancos,
negros, con manchas… Lo que no vi por ningún lado es la máquina que los
fabrica (haberla tiene que haberla ; ) ni tampoco la máquina que pela a los
cabritos y los pone dentro de una bandeja blanca y la envuelve en papel
transparente y los manda pal Alcampo.
En la puerta de la nave otras dos señoras
de sombrero de paja me cuentan que ellas no son de allí, pero que viven en
ciudades cercanas y vienen los fines de semana a olvidarse del mundanal ruido y
echar una mano en las tareas del campo. Por ejemplo hoy estaban recogiendo el
estiércol dejado por los cabritos, amontonándolo y cargándolo en las alforjas
del borrico que había visto esta mañana. Se iban turnando con un señor tanto
para recogerlo como para llevarlo a una era cercana en la que iban a sembrar
habas, que al parecer es la época ahora. También me enteré por ellas, de mano
de un refrán castellano, de cuando se siembran los ajos, porque al parecer
dicen que “Cuántos más días pasan de enero, más ajos pierde el arriero”.
Siempre es bueno saberlo.
Texto y fotos extraídos de la web "SiO4: Memorias de
Silicio". Un más que interesante sitio. Si quieres visitarla pincha en
este enlace: <<IR
A SiO4>> VOLVER
UN PASEO POR EL PUERTO JUBILEY
A mitad de camino de Torvizcón después de
haber tomado el desvío hacia dicha localidad, Cádiar, Ugíjar, etc, procedente
de Órgiva, poco antes de llegar al barranco de Alcázar, nos encontramos con
una señal en la que se nos indica que el Puerto de Juviley -diferimos en la
ortografía del topónimo- se encuentra a 1 Km de la A.348. El otro indicador,
el de hierro oxidado con el que se anuncian todos los pueblos de La Alpujarra
granadina, se le ha olvidado colocarlo a la Diputación o se le acabó el
presupuesto. En cuanto nos adentramos en el desvío comprobamos que también se
agotó el presupuesto para el asfaltado del acceso al núcleo de población -de
igual modo que se les debió de agotar en el acceso a Bargís o en el enlace
entre la A.348 y Alcázar, cerca de Torvizcón-.
Pronto, en la confluencia de la rambla de Alcázar
con el río Guadalfeo divisamos entre
álamos desnudos y algún eucalipto sediento las viviendas que conforman el
Puerto Jubiley. Tras unas cuantas curvas de 180º nos acercamos por la margen
izquierda de la rambla a una explanada donde se puede dejar aparcado el vehículo
sin temor a que actúe la grúa municipal.
Nos encontramos con Victoria y su hermana, ambas
oriundas del Puerto pero que en la actualidad residen en poblaciones cercanas.
Amablemente se ofrecen a hacer de cicerones y con ellas cruzamos el puente de
madera -sólo para peatones- que salva la rambla y une los dos núcleos
perfectamente diferenciados de la población, y subimos al barrio que vamos a
llamar "Norte" donde nos encontramos con una escena que no vivíamos
desde hace muchos lustros: la madre de nuestras cicerones limpia pescado
-fresquísimos boquerones- mientras dos gatos robustos van dando fin de lo que
los humanos no queremos para nuestro sustento,
¡qué magnífica forma de reciclar!
Nos cuentan que en la actualidad sólo son seis los
vecinos permanentes del Puerto: un matrimonio de ingleses con sus dos vástagos,
y un matrimonio mayor que han sido los dos únicos habitantes que no han dejado
su lugar de origen por poblaciones próximas o lejanas. Los padres de nuestras
cicerones son otros dos vecinos bastante habituales, aunque no permanentes. Los
fines de semana suele multiplicarse por dos o tres el número de vecinos, pues
son muchos los que, como Victoria y su hermana, no dejan que transcurra mucho
tiempo entre una visita y otra. Tampoco es extraño encontrarse con algún que
otro extranjero que ha llegado de las frías latitudes del norte a disfrutar del
paisaje, el clima y la paz del Puerto y vive en régimen de alquiler en alguna
de las viviendas rehabilitadas.
Recordamos la época, cuando niños, en la que se
solía hacer una excursión desde Alcázar
al finalizar el curso escolar acompañados por el sacerdote y los maestros. El
arroz era la comida típica de los excursionistas que se veían obsequiados por
los naturales con frutas y otros productos de los huertos. También se recuerda
el paso obligado que era el lugar para vadear el Guadalfeo cuando los viajes a
Órgiva u otras poblaciones eran más esporádicos y se hacían a pie o en
caballerías.
Volvemos a cruzar la rambla y nos
dirigimos al barrio
de enfrente, al que llamaremos "SUR". En él se encuentra lo que antes
fue la capilla-escuela y hoy es solamente capilla. En la entrada se recuerda con
una placa de mármol al mentor de dicho edificio, el Sacerdote Jesuita Padre
Ulpiano. Por fuera la blancura de sus paredes encaladas contrasta con el bronce
de la campana de la espadaña, la veleta y la cruz que rematan
dicha espadaña. Por dentro una limpieza inmaculada y un mobiliario totalmente
renovado invitan a la recogimiento y hacen que el visitante se sienta cómodo entre las paredes de la
pequeña capilla y la nave que ante sirvió de escuela y parroquia y que hoy
sólo se utiliza con fines religiosos, fundamentalmente el día de las fiestas
que se celebran el fin de semana de Pentecostés, este año el día 14 de mayo.
Las imágenes, acordes con las dimensiones del templo, recogen las advocaciones
de las que los vecinos son más devotos.
Tras recorrer parajes tan hermosos,
agradecidos, nos despedimos de nuestras cicerones con la promesa de una segunda
visita: quizás para las fiestas.
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