MIGUELICHÍN
Nos
cuenta Vicente Pérez Pérez -Antonio
“el de la Adelina”-
que en sus tiempos mozos, cuando los muchachos y muchachas de Alcázar, de los
cortijos o anejos se reunían para celebrar un baile por cualquier motivo, existía
un personaje singular que vivía en Bargís y que solía acudir a dichos bailes
para participar en ellos o para animarlos con el sonido de su bandurria, la cual
tañía de modo excelente.
El
tal personaje no era otro que Miguel Martín, más conocido en todo el contorno
por “Miguelichín”, y respecto a su singularidad caben destacar una
habilidad y una anécdota que se cuentan de las antes mencionadas
participaciones en los bailes de mozuelos.
La
primera es que era capaz de pasarse buena parte de la noche bailando al compás
de un pasodoble o un chá-chá-chá, con un vaso de vino sobre su cabeza sin que una gota del liquido elemento que
produce la fermentación del zumo de la uva se derramara del vaso «¡Cómo
para dejar que el vino se derramara, estaban los tiempos!», nos comenta
Vicente.
La
anécdota es la siguiente.
Habiendo
sido solicitado en una ocasión para que con su bandurria hiciese bailar como
peonzas al resto del mocerío, se entretuvo, con no poca sorna, en pasarse toda
la noche, entre vasico y vasico, templando el instrumento. Al clarear el día les
dijo, como si tal cosa, a los desesperados compañeros del ya frustrado baile:
«Si dura la noche un ratillo más... ¡menudo fiestazo que hubiéramos tenido!».
Para tirarse de los pelos, pero «hoy por ti, mañana por mí», todos se volvían
a sus casas o a los cortijos y «allí no pasaba nada».
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