DON
VICENTE “EL COMANDANTE”
La voz “Comandante”, tan respetada, valorada y usada en Hispanoamérica para
nombrar al dirigente, al líder, al adalid de la libertad, al jefe de la tropa -con
independencia de su carácter civil o militar-,
al hombre al que seguirán hasta donde haga falta todos los que en él creen,
toma en Alcázar de Venus una vertiente distinta, manteniendo el mismo respeto,
valoración y uso, cuando hablamos de ”El Comandante Jiménez” o don Vicente
“el Comandante”, como era conocido don Vicente Jiménez González entre
todos los habitantes de Alcázar coetáneos suyos y de generaciones posteriores,
tanto es así que aún sus hijos son conocidos con el añadido de “los del
Comandante Jiménez”.
Decimos
que la palabra “Comandante” cobra con don Vicente Jiménez otra significación
(sin menoscabo de que en su vertiente militar fuese merecedor
de aquellas antes dichas), porque él fue para los habitantes de Alcázar adalid
de la solidaridad, cabecilla del desprendimiento, paladín del favor y hasta paño
de lágrimas cuando las circunstancias lo precisaron. Todo lo anterior lo
podremos corroborar cuando nos acerquemos un poco a la figura humana de don
Vicente “el Comandante”, preñada de connotaciones humanitarias y de todo
aquello que supusiera servicio a sus paisanos y amigos.
Vicente
Jiménez González, hijo de Policarpo y Adelaida, nació en Alcázar en las
postrimerías del siglo XIX (1897). Durante su infancia asistió a la escuela y
compartió sus deberes escolares con la ayuda a su padre en todas las tareas agrícolas
que su pocos años le podían permitir. Siendo un mozalbete, durante una de esas
jornadas de trabajo que duraban de sol a sol, estando con su primo, y amigo,
Esteban Acosta labrando en el predio de “las Calaveras” le dijo: «Primo,
esto se acabó». Al día
siguiente, antes de incorporarse a la labor, se presentó en la casa del maestro
al que le expuso su deseo de ingresar en el ejército para lo cual necesitaría
de su ayuda a fin de alcanzar los conocimientos necesarios para poder acceder a
la milicia.
En
clases nocturnas, después de las agotadoras jornadas de labranza, Vicente y su
maestro echaron toda “la carne en el asador”, dieron de sí lo mejor que tenían
y con el tesón de ambos Vicente logró lo que se habían propuesto: su
incorporación al ejército.
Desde
su ingreso, durante el reinado de Alfonso XIII, hasta que alcanzó el grado de
Comandante, fue Vicente ganándose con su esfuerzo cada uno de los ascensos, y
con su humanidad el reconocimiento de sus paisanos.
No
fueron tiempos sencillos para los militares de la época: los coletazos de la
Guerra de África, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, y la
nefasta Guerra Civil de 1936. Fue en el desarrollo de esta última y durante la
larga posguerra cuando don Vicente “el Comandante” tuvo la oportunidad de
mostrarse a sus paisanos en su vertiente más solidaria y como apoyo inestimable
para todo aquél que precisó de su ayuda.
Con qué cara de pocos amigos
recibía las nuevas de sus compañeros de armas de que su pueblo había sido
bombardeado y con qué congoja asistiría al funeral de un compañero y un hijo
de éste fusilados "por tener ideas republicanas", nunca entendería
que alguien pudiera ser condenado por sus ideas.
En Alcázar, zona republicana
durante toda la contienda, no se produjo fusilamiento alguno por ninguno de los
bandos. Al acabar la guerra algo tuvo que ver “el Comandante” para que uno
de los miembros del Comité no sufriera tal castigo y saliera indultado después
de más de una condena a muerte. También acudió rápido a la llamada de la
mujer de un amigo encarcelado en Albuñol al poco de acabar la guerra por haber
servido su casa de cuartel a las tropas milicianas, no sería la única
excarcelación de paisanos que se produjera gracias a la intervención de “El
Comandante Jiménez”. No pudo, como él hubiese querido, ayudar a algún
conocido que anduvo en peligrosos flirteos con el maquis, su prevención en
forma de consejos no resultaría suficiente y en ese terreno el estamento
militar poco podía hacer ante el poder gubernativo.
Durante
la década de los cuarenta tampoco fueron pocos los quintos alcazareños que
ingresaron voluntarios en el Regimiento de Artillería Nº 16 de Granada o que
fueron reclamados por “el Comandante” para que a su amparo pasaran buena
parte de los tres años de servicio militar obligatorio en sus casas, en donde,
evidentemente, en aquellos años de hambruna más servían a la patria echando
una mano a los padres en el pueblo que de soldaditos en la ciudad. También los
hubo que prefirieron la disciplina militar al generoso permiso de “el
Comandante” y, gracias a sus consejos, consiguieron hacer carrera en el ejército
comenzando desde los escalafones más bajos hasta llegar a alcanzar puestos con
mando en tropa.
Tampoco
se olvidó de los vecinos de los anejos de Alcázar y en un acto más de
generosidad, a finales de los años cuarenta, cedió los terrenos en los que se
construyeron la ermita y la escuela de El Puerto Jubiley, cuya construcción fue
auspiciada por el padre Ulpiano López, primo de doña Araceli, la mujer del
“Comandante Jiménez”.
<<leer
noticia en Ideal, 1996>>
Y sírvanos esta cita para
acabar con la famosísima frase: “Detrás de todo gran hombre se encuentra una
gran mujer”.
Don Vicente “el
Comandante” contrajo matrimonio en la iglesia de Alcázar en 1923 con doña
Araceli López Carrión que desde ese día y hasta el de la muerte de “el
Comandante” fue valedora, apoyo, sustento y animadora de todas las actuaciones
de su marido. Doña Araceli, “la mujer del Comandante”, también es
recordada en Alcázar, por aquellos que la conocieron o han oído hablar de
ella, como una mujer de actitud generosa y de extremadísima bondad.
Teodoro
Martín. Alcázar de Venus.
Gracias
a los que tienen memoria y nos ensanchan la propia, en especial a Pepín,
“el hijo del Comandante Jiménez”.
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casos y cosas>>
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