Alcázar de Venus. Fiestas 2015

SEGUNDO DÍA

 

Si por algo se caracteriza el segundo día de las fiestas es el despertar que tenemos esa mañana. Los quiquiriquís de los gallos dejan paso a unas madrugadoras campanas que, a eso de las seis y media, más o menos, despiertan al vecindario con su repique y anima a levantarse a aquellos que todavía tienen ganas de ir a rezar el rosario por las calles del pueblo. La verdad que cada vez son, somos, menos. En esta ocasión nos dimos cita en la iglesia nueve personas que a medio camino nos quedamos en siete para acabar siendo ocho cuando la letanía a la Virgen la terminamos de recitar en el interior de la iglesia después de haber recorrido el itinerario habitual del Rosario de la Aurora.

A la salida los mayordomos obsequiaron a los asistentes con la consabida copita de anís, un cafetito y porciones de una deliciosa torta de la virgen hecha por un obrador de Órgiva para la ocasión.

Rebujina, calabaza... y a esperar hasta el mediodía que tendría lugar la misa en honor de la Virgen del Rosario. Una celebración en la que, a diferencia de años anteriores, la afluencia de feligreses fue menor. Pero, como en el Rosario de la Aurora, poquitos pero bien avenidos. A la entrada y a la salida fue el momento para los salutes correspondientes con los viejos amigos que cada año hacen su pequeña peregrinación hasta sus orígenes para mantener viva en la descendencia la idiosincrasia alcazareña, algo que algunos agradecemos sobremanera.

Rápidamente la mayordomía en pleno, junto a ese adlátere que siempre se presta a echar una mano, ya tenían preparados los primeros aperitivos y la cerveza o refresco fresquitos para que aquellos que no estábamos implicados en las batallas de dominós o rentoys empezáramos a preparar el estómago para la prometedora paella de caracoles que los cocineros ya comenzaban a enjaezar a la sombra de la torre de la iglesia. Mientras tanto, aquellos, los del dominó y el rentoy, en la puerta del bar se pelearían con la blanca doble, el seis pito, la malilla y los envites, aunque suponemos que a ellos tampoco les faltaría del refrescante líquido elemento acompañado de sus correspondientes engañifas culinarias.

De pronto la plaza comenzó a verse repleta de sombreros de paja, pañuelos amarillos y tubos multicolores de cerámica, lo cual indicaba que la idea de los mayordomos de ofertar a módico precio tales objetos de recuerdo de estas fiestas estaba funcionando a las mil maravillas. Sombreros evitando el sol del mediodía, pañuelos para enjugar el sudor y tubo hasta el borde de cerveza o sangría para que el sudor no amainase. Este año, como novedad digna de ser resaltada, en los alrededores de la barra se disfrutó de la refrescante ayuda de los nebulizadores que enviaban desde las alturas una fina lluvia que, en el fragor de la batalla con los condumios, tanto se agradecían.

Llegada la hora de la paella parece que empezaron a aparecer gente desde la carretera, de la canal o desde la bajada de la fuente, de modo que la animación fue en aumento mientras que el contenido de las paelleras iba disminuyendo. Poco a poco, se estaba produciendo el lógico trasvase a las barrigas de los comensales, que de pie, junto a la barra, en los escalones de la puerta de la iglesia, en los poyetes de la plaza, o acomodados por tribus alrededor de confortables mesas, íbamos degustando el arroz tan bien aderezado por los cocineros motrileños. Se repartieron generosas tajadas de dulce sandia que fue el postre ideal para la comida de confraternización con propios y extraños.

A la hora en la que la mayoría descansábamos plácidamente, los mayordomos se encargarían de que los más pequeños siguieran disfrutando con las carreras de saco, la del huevo y, después, darían merendica para que repusieran fuerzas de tan ímprobo desgaste.

Luciendo nuevas galas, la mayoría de los habitantes del pueblo acompañaron a los patronos en su recorrido por las calles de la localidad y su prolongación hasta donde antiguamente se encontraba la ermita de san Antón. El acompañamiento musical corrió en esta ocasión a cargo de la Agrupación musical Nuestro Padre Jesús Nazareno de Órgiva y, la verdad, y aunque me cueste trabajo decirlo, no cabe duda que salvo la interpretación del himno nacional a la salida y entrada de las imágenes en el templo, el acompañamiento era más propio de un paso de semana santa que de la procesión de unas fiestas patronales, pero el repertorio es el repertorio, digo yo. A veces se echan de menos las canciones de toda  la vida entonadas por los acompañantes con el característico asfixie cuando se hacía mientras se subía del barrio bajo.

Como anécdota señalar que este año, acorde con los calores que hemos sufrido, el Niño ha paseado las calles de Alcázar sin su camisita blanca de toda la vida. Desnudito, pareciera que se estaba preparando para subir a la cruz.

ESPECTACULAR, es la palabra que más cuadra con el concurso de disfraces de este año. Los pequeños por pequeños y los mayores por originales, todos estaban fantásticos. En esta ocasión los pequeños que se han disfrazado han sido los pequeños de verdad, todos/as iban magníficos. Pena no poder hacer fotos adecuadamente, pues no había espacio suficiente para concursantes, familiares, jurados, observadores y fotógrafos. Alguna vez habrá que tratar de organizar al personal, si ello fuese posible. El concurso de mayores lo ganaron "El jardín botánico de Alcázar", pero igualmente podrían haber sido los primeros, "Las majorettes alcazareñas" o "Abuelos, abuelas y viceversa, presentado por Juan y Medio". Especial mención merece el disfraz que se autodenominó "Máscara" y que en su presentación nos hizo una semblanza de las fiestas de las máscaras que se celebraban en Alcázar en tiempos del carnaval. Entonces no se conocían los disfraces y las "máscaras" iban de casa en casa  y de cortijo en cortijo ofreciendo su actuación para recibir a cambio un par de huevos, un trozo de pan o un puñado de higos secos que guardaban en la cesta que inevitablemente siempre formaba parte del vestuario de toda máscara.

Dicen que  de madrugada, en uno de los descansos del grupo Aromas, los que estaban aún por allí, tomaron chocolate y comieron churros hasta que el cuerpo aguantó. Menos mal que para entonces algunos ya estábamos en el país de los siete sueños, porque si no... también hubiéramos mojado más de la cuenta.

Alcázar de Venus, 20 de agosto de 2015.

Teodoro Martín.

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