Fiestas:
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Al salir de misa (fotos de
Víctor Alonso)
Fotos del Rosario de
la Aurora y la Procesión, 2017
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Fiestas 2017
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Programa de las Fiestas 2016***
Crónica
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"Crónica y fotos del segundo día, Alcázar 2015"
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Fotos disfraces. 2013
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De día y de noche 2013
Verano festivo en Alcázar". Reportaje fotográfico de Rafael
Gan
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"Crónica
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"Pregón
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Fotos disfraces. 2012
Fotos de Premios y
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Comentario, un vídeo y magníficas fotos de Rafa Gan en rafatours.com"
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de 2007 y Galería de fotos <<leer y ver>>
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San Marcos.
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LA FIESTA DE LA
VIRGEN DEL ROSARIO.
Cuando
llegaba el día 7 de octubre en el que se celebraban las fiestas en honor de la
Virgen del Rosario y Santa Filomena, todos los habitantes del pueblo, los que
vivían en los cortijos y muchos de los que habitaban en los anejos se acercaban
para celebrarlas como era debido.
Después
de la guerra, a pesar de que la imagen de Santa Filomena había sido destruida
durante la misma, por muchos años se siguió celebrando la festividad en honor
de ambas. Con el paso del tiempo se perdería el nombre de Santa Filomena al
referirse a las celebraciones, que solamente quedaría para todos los vecinos
como “el día de la Virgen”.
En
ese día los vecinos de Alcázar de Venus, los de los cortijos y todos los
visitantes lucían sus mejores prendas, las que se habían comprado para la
ocasión o las que se tenían reservadas para el mismo fin. El momento cumbre
era la procesión de la Virgen por todas las calles del pueblo, durante el
recorrido la pirotecnia hacía acto de una más que perceptible presencia. Además
de los cohetes encargados por los mayordomos de turno, algún vecino o alguna
familia cumplía su manda con la Virgen a base de docenas y docenas de cohetes
que hacían estallar en el momento que la imagen pasaba frente a sus casas. Se
detenía la procesión en ese lugar hasta tanto el devoto que tenía algo que
agradecer a la Virgen no acababa con el último de los cohetes encargados.
Aunque faltara para aceite, los cohetes había que echárselos a la Virgen.
Antes
de la procesión se había celebrado la Santa Misa y luego de aquella todos se
congregaban en torno a los puestos de dulces y turrones que algunos comerciantes
de la sierra ponían en la plaza de la iglesia. Abundaban las grandes
piezas de turrón artesano, fabricado con almendras y miel de la zona y que
precisaban del mazo y de la cuña de hierro para sacar la porción que el padre
de familia compraba para todos sus miembros. Las yemas, los soplillos, los
caramelos artesanos, la calabaza y otras frutas escarchadas con azúcar, los
garbanzos tostados y algunos otros productos cubrían el tenderete puesto para
la ocasión y que poco a poco iba pasando a manos de los pequeños, y no tan
pequeños.
Se
reunían las familias, con algún adlátere que llegaba a última hora, para
cenar, si era posible, algo distinto a lo de todos los días. Acabada la cena,
de nuevo la plaza se encontraba concurrida a tope por los jóvenes y los
matrimonios que tenían ganas de marcarse unos bailes.
En el día de la Virgen los músicos contratados no solían ser los de los
bailes normales. “Los de Sorvilán”, así era conocido el grupo de cuerda
que con bastante frecuencia amenizaba las veladas en estas ocasiones, algunas
veces vinieron acompañados por un acordeón que rompía con la monotonía de
los instrumentos de cuerda habituales. Las piezas, las de siempre: pasodobles,
valses, mazurcas, polkas y algún que otro bolero.
Muchas de estas costumbres se fueron perdiendo con el paso de los años y
también a causa de la disminución del número de habitantes del término. Así
los puestos de turrones y demás dulces propios de esos días fueron haciendo
apariciones intermitentes hasta que llegaron a ser esporádicas y ocasionales.
"Los de Sorvilán" fueron sustituidos por "El de Sorvilán",
un joven de dicha población que venía pertrechado de tocadiscos y discos con
temas de la época, entre ellos los inevitables pasodobles, valses, etc. además
de las canciones de moda, al son de dicha música se animaba el personal a
bailar hasta que "amañanase".
Más o menos de este modo se solían celebrar hasta principios de los setenta
las fiestas en honor de la patrona de Alcázar de Venus: Nuestra Señora la
Virgen del Rosario. Con la emigración durante los años sesenta de muchos de
los alcazareños, las costumbres, forzosamente, hubieron de cambiar. Cada vez
eran menos los que se reunían para celebrar las fiestas y la fecha del 7 de
octubre tampoco acompañaba para que viniesen aquellos que habían marchado por
mucha voluntad que tuviesen. El ejemplo de localidades vecinas se contagió y
las fiestas en honor de la patrona se trasladaron a la festividad de la Virgen
de Agosto, 15 del mismo mes, y se hace coincidir con el fin de semana más próximo
a esa fecha a fin de que puedan volver y visitar a sus gentes y a su pueblo el
mayor número posible de alcazareños que viven fuera.
En
la actualidad se han añadido otro tipo de actividades lúdicas, en su mayoría
dirigidas a la gente menuda, que hace que los dos días de fiestas que se
celebran estén plenos de alegría y jolgorio para chicos y mayores. Desde el
Rosario de la Aurora, al amanecer del primer día de fiestas, hasta el castillo
de fuegos artificiales en la última noche, el resto de las horas se completan
con competiciones, juegos, concursos, degustación de platos típicos, bailes
(ahora ya amenizados por conjuntos de más o menos renombre, pero que siempre
vienen bien para
la ocasión de marcarse unos bailes en la placilla de abajo), etc, en lo
referente al aspecto pagano de la fiesta y Santa Misa y Procesión en lo
referido a su aspecto religioso. Desde hace unos pocos años se saca en procesión
a San Antón junto a la Virgen del Rosario y el recorrido que se hace por, prácticamente,
todas las calles del pueblo se ha alargado hasta la antigua ermita del Santo. La
procesión sigue siendo el momento culminante de toda la celebración. En él es
cuando se pone de un modo más manifiesto el amor y la fe que la mayoría de los
alcazareños sienten por su patrona.
(volver)
LA FIESTA DE SAN
ANTÓN.
«Ese
día todos tenían prisa por terminar la faena. Nada más dar de mano,
toda la patulea de muchachas y muchachos aligeraban el paso para llegar
al pueblo y empezar a celebrar la víspera del patrón, san Antón: era la noche
de los chiscos, noche de juerga y cachondeo. Por el camino iban haciendo haces
de gayombas para avivar las llamas y sentir su crujir y chisporreteo cuando
comenzaban a arder.
La
noche de los chiscos era una noche especial. El agrupamiento de las casas en Alcázar
hacía que abundasen los “barrios”, aunque el número de viviendas que los
conformaban eran pocas. El que hubiese más o menos gentes no suponía obstáculo
para que todos se reunieran en torno a su lumbre. Eran muchas las que se podían
ver ardiendo chispeantes: desde la Cruz hasta la Fuente, pasando por el barrio
Bajo, el Cerrillo, o la Caná, sin contar con las que los pequeños hacían próximas
a la de los adultos. El pueblo se convertía en un rosario de luminarias que hacían
que esa noche no se precisase del mancho para desplazarse de un lugar a otro,
como era costumbre.
Durante
las tardes de los días anteriores, y esa misma tarde, cada vecino se había
preocupado de ir aportando su haz de leña, unos más grandes que otros pero
todos lo llevaban, había vecinos que llevaban más de uno y más de dos.
Abundaban sobre todo las retamas y las gayombas, que eran las que más
levantaban las llamas y hacían más visibles las lumbres desde cualquier parte
de las afueras del pueblo.
Al
anochecer, los primeros disparos de escopeta comenzaban a oírse y las lumbres
empezaban a arder. Los barrios trataban de rivalizar entre sí por ver cual era
la lumbre que ardía más alto o la que aguantaba durante más tiempo, en cual
de ellas se lanzaban más disparos al aire o cual disponía de los cohetes más
sonoros. El fuego y la pólvora, con sus ruidos, olores y luminosidad, inundaban
todo el ambiente de la población.
Mientras
duraba el fuego no faltaba la botella de aguardiente de garrafa que los hombres,
y alguna mujer atrevida, iban pasándosela para que el cuerpo no notase tanto la
diferencia de temperatura entre su exterior y su interior. También se
enterraban en las ascuas algunas patatas para después ser degustadas por los
componentes de la reunión.
Todos
estaban alegres, el único que estaba triste era el “marranillo de san Antón”,
su rifa se realizaría al día siguiente y el agraciado con tan suculento premio
no tardaba mucho en convertirlo en embutidos a pesar de haber ayudado a su
manutención, como todos los vecinos, durante el tiempo que anduvo de casa en
casa, sin dejarse una atrás, a la espera de recibir su pienso en forma de
peladuras de papas o de la ración de brebajo o berbajo, que por ambos nombres
era conocido el guiso que algunas familias preparaban para cebar a sus marranos.
El marranillo tenía los días contados y hasta el otoño siguiente no volvería
a oírse el tintineo de su cencerrilla avisándole a los vecinos que se
encontraba a su puerta dispuesto a engullir lo que le echasen...
...
Cuando los asistentes al chisco se venían a dar cuenta ya quedaba poco tiempo
para arreglarse para la misa del Patrón. Era uno de los días del año en los
que la iglesia se abarrotaba de fieles para pedirle a san Antón que cuidara de
sus animales. Después todos acompañaban en devota procesión al santo hasta su
ermita. Por la noche, la verbena en la plaza del pueblo hacía que los vecinos
se reuniesen de nuevo para divertirse de forma sana y alegre, aunque alguno se
achispase un poquito nada más.»
Los
párrafos anteriores están sacados del relato novelado "Cascarabitos”
(© Teodoro R. Martín de Molina, Granada, 2002), de edición reducida y no
puesta a la venta. En
ellos se recoge, de un modo bastante fidedigno, lo que era la fiesta de San
Antón en Alcázar de Venus hasta mediados los sesenta.
El nombre del pueblo en la ficción ha sido sustituido por el de Alcázar y
se han hecho desaparecer los nombres de los protagonistas.
Hoy
en día la fiesta en honor del patrón del pueblo prácticamente ha quedado
reducida a la quema de algunos chiscos, con lanzamiendo de esporádicos cohetes,
en la noche del sábado anterior a la víspera del 19 de enero en aquellos barrios en los que aún
hay personas con ánimos para reunirse y recordar lo que no hace mucho fue una
de las celebraciones más populares y queridas por todos los habitantes del
pueblo. A veces se lleva alguna botella de anís con polvorones y dulces de las
pasadas Navidades, o algún trozo de longaniza, careta o cualquier otra
"menudencia" de la reciente matanza. Alrededor del fuego, se mantiene un rato de cháchara
mientras los más jóvenes van arrimando
al fuego las retamas y gayombas que se fueron apilando en los días anteriores.
No son lo que eran , pero el ánimo de los vecinos que se congregan alrededor de
los chiscos para honrar a su patrón sigue siendo el mismo de siempre.
En
el mes de agosto se saca en procesión al santo coincidiendo con la celebración
del día de la Virgen del Rosario. De la ermita sólo quedan unos escasos
cascotes de las piedras que constituyeron sus muros.
(volver)
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