SENDERISMO
Un paseo por la rambla
El antiguo camino de caballerías y personas que comunicaba Alcázar con la carretera que une Órgiva con Torvizcón a la altura del cortijo Las Romeras y que servía para ir a coger “La Alsina” o seguir camino hasta uno de los núcleos de población citados o llegar al Puerto de Jubiley, está hoy impracticable en la mayor parte de su recorrido. Los modernos medios de transportes, y el abandono de la mayoría de las labores de los huertos, molinos y cortijos cuyos propietarios y trabajadores hacían uso del mismo, ha hecho que sólo podamos recorrer apenas un tercio de él, poco más abajo de la llamada “Haza de Juan Correa”, que hoy es propiedad de Joaquín y Josefa, y que es la última labor próxima al camino. Hasta ese punto vamos a llegar en este paseo “Rambla abajo”, para después de un breve descanso hacer el recorrido a la inversa “Rambla arriba”.
Su inicio tiene dos alternativas, o bien comenzamos por la Higuerilla bajando por la pronunciada pendiente de la Cuesta de la Zahúrda, hasta dar con el camino de la rambla, o bien tomamos el camino de Torvizcón para en cuanto crucemos el puente sobre el Barranquillo tomar a la izquierda un carril que desde el huerto del Caqui nos lleva a la rambla, de bajada más suave. En la confluencia de ambos caminos tenemos al frente una visión completa de Sierra Nevada y a la izquierda del cortijo de la Rambla (abandonado), al pie del Cerro Martín y sobre lo que en otros tiempos fueron fértiles hazas de riego. Continuamos la bajada hasta llegar a la rambla y dejamos a la izquierda el dique que por fortuna ya se encuentra oculto tras la fronda de mimbres y adelfas. Seguimos el curso del seco cauce por su margen derecha y pronto conseguimos la sombra de los primeros álamos del Peralejo. En ellos podemos encontrar incrustadas iniciales de nombres y corazones grabados por adolescentes de otras épocas. Los amantes de los hongos, suelen frecuentarlos en otoño cuando tras las primeras lluvias comienzan a brotar las setas de álamo, dicen que unas de las más exquisitas y más fáciles de reconocer. Seguimos el camino dejando a la derecha una parcela de olivos seguida de otra de almendros, después de las cuales nos encontramos con la sorpresa de que entre los juncos y la juncia parece querer brotar un reguerillo de agua que habría estado escondida entre las arenas y piedras de las rambla para aparecer en ese lugar, desde donde se toma para riego de algunos de los huertos que encontraremos más abajo. El fondo ferruginoso de las pequeñas charcas o correntías contrasta con el tono verde de la mayoría de las plantas de alrededor, que están salpicadas por los tonos lilas y violáceos de las flores de las adelfas. De igual modo contrasta el bello canto de algún ruiseñor escondido entre las altas ramas de los álamos con el casi graznido de las mirlas que revolotean a ras de suelo por las cercanías de la rambla. A pocos metros dejamos de tener junto a nosotros el agua semi estancada y nos topamos de nuevo con la sequedad del arroyo. Cruzamos el cauce y llegamos a la haza de Juan Correa, protegida por una valla de tela metálica para evitar que jabalíes y monteses acaben con los brotes de las hortalizas y plantas que Joaquín cultiva en el centro de la misma; árboles frutales, un frondoso nogal y algunos almendros que Joaquín consigue sacar adelante a pesar de la escasez del agua, completan el panorama hortofrutícola de la labor. Al pie de un magnífico manzano, el arado romano está esperando que llegue la época de siembra para que el agricultor unza a sus dos borricos y los haga escribir renglones abiertos sobre la tierra de la haza. Enfrente, el huerto de las Pedreras que cultiva Mariceli; de una alberca ovalada se surte de agua para mantener con su característico verde intenso unos naranjos y limoneros, amén de otros frutales de verano.A partir de aquí el camino se va haciendo más y más imposible, las zarzas cuelgan de las altas mimbres como lianas de las selvas tropicales y hacen difícil el caminar, los troncos de adelfas se atraviesan y sus formas retorcidas recuerdan otros parajes más exóticos. De nuevo nos encontramos con el agua, en forma más abundante: dos charcas separadas por piedras y fango. En la de la izquierda parece que gustan de revolcarse los jabalíes, la de la derecha, mucho más amplia y profunda, parece el lugar al que se acercan los machos cabríos con las monteses y sus cegajas para beber apaciblemente fuera de la vista de los humanos. Las huellas impresas en el fango de las pezuñas de unos y otras dan fe de su reciente paso por el lugar en el que debemos dar la vuelta para emprender el camino de regreso hasta el pueblo.
Siguiendo el aforismo árabe que dice: “Comienza como un anciano, si quieres llegar como un joven”, volvemos sobre nuestros pasos. Será raro que nos encontremos con alguien en todo nuestro trayecto de ida y vuelta, pero pudiera ser que topemos con algún cazador en busca de pelo o pluma que echarse al morral. Desandamos lo andado ahora con mucha más dificultad (lo que antes era bajada ahora es empinada subida), hasta dar vista de nuevo a las traseras del pueblo que nos indican que nuestro paseo está a punto de concluir. Ha sido, aproximadamente, una hora de caminata que nos deja el cuerpo relajado y dispuesto para llevar a cabo, con buen ánimo, otro tipo de actividad.
Teodoro Martín. Alcázar de Venus
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