Pregón fiestas de Alcázar 2017
Por Teodoro Martín de Molina
En bastantes
ocasiones
He sido yo
requerido
A pronunciar
el pregón
Por
mayordomos amigos,
Pero a mí el
hablar en público
No me causa
regocijo
Y por ello
rehusé
A un deber
tan honorífico.
Pero en esta
ocasión
Otra vez han
repetido
Y, aunque me
daba vergüenza
Y me he
mostrado remiso,
Por fin, aquí
me tenéis
Al escenario
subido
Para pregonar
las fiestas,
Muy
callandico os lo digo,
Del décimo
séptimo año
De aqueste
presente siglo.
Lo primero
agradecer,
Como un
hombre bien nacido,
El que
confíen en mí
Tan difícil
cometido.
Espero no
defraudar
Ni al extraño
ni al vecino,
Procuraré ser
muy breve,
Si queréis…
ya termino.
Pues, seguro
que a vosotros
Los que os
absorbe el sentido
Es bailar
tres pasodobles,
Aunque los
tres sean seguidos.
También
quiero dar las gracias
A este pueblo
tan querido
Que a todos
nos acogió
Con tantísimo
cariño,
Lo que en mí
me ha conllevado
Que siempre
me haya sentido
Como uno más
del pueblo
Con mi mujer
y mis hijos.
Tras esta
breve introducción en romance (ya sabéis de mi debilidad por el octosílabo),
quiero dar un paseo con vosotros en el espacio, en el tiempo y al lado de muchas
personas. El espacio es, evidentemente Alcázar, el tiempo los más de cuarenta
años en los que de una forma u otra me he sentido miembro de esta comunidad y
las personas son aquellas de este lugar que en ese tiempo han significado algo
para mí y que ya se han marchado de nuestro lado para siempre.
Como veis
traigo pocos folios y con ellos me tendré que apañar para decir una mínima parte
de lo que podría contar. Si me extendiese llegaría el amanecer y todavía
estaríamos aquí. En estos folios están escritos muchos nombres que me servirán
de guía para ayudar a mi ya renqueante memoria a hilvanar el mensaje que quiero
esta noche transmitir y que no es otro que el recuerdo de aquellos a los que
antes me refería. Personas normales que, como vosotros o como yo, tuvieron sus
vidas con sus penas y sus alegrías, que hicieron felices a muchos y que lo
significaron todo para ellos, por eso quiero recordarlos esta noche, para que,
en cierta medida, los mayores los volvamos a tener presentes y los más pequeños
conozcan de su existencia, que sepan que en algún momento pasearon por estas
calles, se divirtieron en fiestas como estas y formaron parte de la vida de
algunos de nosotros. Con estas palabras quiero rendir un sentido homenaje a
todos ellos: a los más próximos y los más lejanos, a los más afines y a los más
distantes. Aunque el tiempo pase, el recuerdo permanece. Y el recuerdo no tiene
por qué ser triste. Al menos, así lo veo yo.
La primera
vez que vine a Alcázar, hace más de cuarenta años, desde las curvas del cortijo
Real, las de los Gallegos, la del Conjuro, comencé a conocer el pueblo, al
bajarnos del coche en la Canal empezaría a conocer a la gente del pueblo.
Allí estaban
los familiares y los vecinos: mi suegra, la abuela, la prima Josefa, Joaquín,
seguro que también Quino, la Encarnación de los Bancales y su marido, José. Al
subir el callejón nos toparíamos con el tío Serafín y la tía Encarna que
estarían cavocheando algo en el huerto. Más arriba, Esteban Acosta haciendo
pleita sentado en el escalón de su puerta mientras apuraba un cigarro de
churrasca, dentro, su mujer, Araceli, andaría liada rancheando algo a pesar de
su ya delicada salud. Quizá Paquito estaría alrededor del abuelo o entrando y
saliendo detrás de Lolilla. Antes de llegar a la casa, seguro que nos topamos en
el camino con Paco el Recovero y la comá Josefa, el uno sacando algo de "la otra
casa" y ella corriendo para la tienda donde la esperaría alguien que habría ido
a por las dos onzas de arroz o el cuarterón de azúcar.
No sé si
habréis reparado en ello, pero de estas quince personas solamente quedan vivas
tres: mi suegra, la prima Josefa y Lola Medina, y las tres viudas. Los demás ya no están entre
nosotros, pero seguro que permanecen y de un modo muy intenso en muchos de
nosotros. Porque los que se van no se han muerto siempre que permanezcan en
nuestros corazones, en el recuerdo de sus familiares, de sus amigos, de sus
vecinos, de sus conocidos, y este es el caso. Porque ¿cómo no recordar a Quino
que nada más escuchar el ruido del motor de nuestro coche ya le estaba diciendo
a la madre que me dijese que tal día me tocaba el agua? Y a su padre, a Joaquín
con el que tantas y tantas veces trabajé y me reí, y que tanto me enseñó,
todavía cuando ando por el huerto haciendo cualquier cosa, si oigo a Pepe hablar
con la madre, inevitablemente me parece que el que habla es alguno de los Joaquines. Encarnación la de los Bancales, permanentemente subiendo al
cementerio para ver a su José que la estuvo esperando hasta que le llegó su día.
El canturreo de Paco y su hablar entre dientes. La sonrisa de su mujer, Josefa,
que no la perdía ni en los peores momentos. Las historias del tío Serafín sobre
la guerra, sus charlas interminables en el poyo de la plaza con Julián, con
Antonio Sánchez, con Emilio el del Bermejo o Emilio Cañadas, padre, que también
meterían baza. Las apariciones de Santiago siempre con alguna herramienta en la
mano que intervenía con sus historias, a veces fantásticas, en ocasiones reales.
Si no me
puedo olvidar de Quino igual me pasa con Paquito, “un ángel de amor” como han
escrito sus familiares en la lápida, mi primo, mi paisano. Y hablando de
Paquito, ¿no vamos a recordar al más joven de todos los que se han ido de
nuestro lado?, el hijo de Isabel y Paco, nieto de Andrés y Ana, que aquella
noche fatídica no encontraban consuelo y que después se unieron a él. Andrés, el
garranchín más garranchín de todos, puro nervio que contrastaba con el silencio
y la paciencia de Ana, siempre haciendo algo hasta última hora a pesar de sus
limitaciones físicas, alrededor de sus plantas, de sus tareas. Y José, su hijo,
que de la noche a la mañana nos dejó a todos con el corazón helado. Igualmente
nuestro recuerdo para otros dos jóvenes que se fueron en trágicas circunstancias
como José Luis, el del juez, hace ya un tiempo, y Kiki, el hijo de Pili y Paco,
más recientemente.
Apenas tuve
tiempo para conocer a Esteban Gómez, el abuelo de mi mujer. Por lo que pude
apreciar y por lo que después he oído de él, un hombre bueno con una simpatía
contagiosa, no exenta de un humor característico que tan necesario es para andar
por esta vida. En aquel mi primer año de estar por estas tierras creo que
también se fueron los mentados Araceli y Esteban Acosta. Nicolasa, la compañera
de Julián Castillo, y una señora especial a la que se conocía como “la
Menudita”, que se acercaba a la fuente para llenar su pipote de agua, con sus
flores en el pelo y un delantal colorido. Después se marcharía mi suegro, José
Noguerol, personaje fundamental en la historia reciente de Alcázar curtido en la
universidad de la vida, que se hizo a sí mismo y que ayudó a no pocos a que se
hicieran.
En aquellos
tiempos, la plaza de arriba era el centro de la vida social del pueblo. Además
de la iglesia, a la que antes acudía más gente, porque éramos más, estaba el bar
y era el lugar de reunión de niños, jóvenes, no tan jóvenes, y los mayores. Unos
para jugar otros para comenzar sus escarceos amorosos, los mayores para charlar.
Los que ya no teníamos edad de una ni otra cosa, nos reuníamos alrededor de las
mesas del bar para pasar el tiempo echando nuestras partidas de dominó, julepe,
rentoy o lo que encartara, unas veces nos jugábamos la “convidá” y en
otras, el dinerillo, no en muy grandes cantidades, corría por la mesa y pasaba
de unas manos a otras.
Hoy ya casi
es imposible reunir a los jugadores necesarios para echar una partida, entonces
teníamos que darnos prisa si no queríamos quedarnos de mirones. Cuántos de
aquellos compañeros de juegos se reunirán allá donde estén para volver a poner
la blanca doble o hacer baza con el as de oro. Empezando por Agustín que, además
de regentar el bar y salir por las mañanas con su perra Bibi a la cacería de la
paloma, estaba el primero para comenzar la partida. Después su hijo, nuestro
querido Agustín, tomaría el relevo en lo referente a las partidas. Junto a él,
otro fijo era Antonio Noguerol, el Cojo, con sus dos bastones se daba prisa para
estar listo a la hora de empezar la partida de lo que fuese, fumando sin cesar
sus Celtas cortos, algunas veces hasta su hermano Juan, el alguacil, se animaba
a participar. Otro Antonio, el de la Adelina, nos animaba el cotarro contándonos
las experiencias vividas a lo largo de toda su vida. En una ocasión nos sentamos
a la sombra del nogal y de allí surgió el hilo que me sirvió para hilvanar
Cascarabitos. Más Antonios: el entrañable señor Juez, el civil (mi "primo"
Antonio, que tanto disfrutaba navegando por la página de Alcázar de Venus), el
de Serafín Roberto, el Molinero, quizá uno de los más enamorados de Alcázar...
Cómo no
recordar a Marino, Pepín o Manolillo el de la Primitiva, que además de
compañeros de juego eran habituales en las tertulias que se prolongaban más allá
de las partidas, tan próximos todos por unos u otros motivos. Y tan recordados.
Ricardo, mi amigo Ricardo, compañero en el dominó y en el rosario de la Aurora.
Manuel, el de la Rambla, uno de los últimos que se nos ha ido, con sus
innumerables desafíos al Tute, mientras se formaba la partida del Julepe o del
Jisley. Don Juan, José el Pato, Quino, que cada verano venía de Barcelona y nos
sorprendía con algo nuevo, Manolo el del Prao o Manolo el de Alfornón, que
cuando recalaban en el pueblo en vacaciones también se unían al grupo de los que
disfrutábamos con las partidas en el bar de Agustín o en la plaza, luego en el
de Consuelo o en el de José Miguel.
Cuando bajas
por la carretera y miras a tu derecha, no puedes dejar de recordar a los
hermanos Domínguez: José y Vicente en los Gallegos, y Antonio en Bargís, a su
cuñado Miguel. Más abajo el Faz te trae el recuerdo de Frasco y de Isabel. Ya,
cuando estás llegando al pueblo no nos topamos a Juan el del Molino con su saco
al hombro caminando por la carretera, tampoco a Vicente Correa y a María, su
mujer, con el canasto de lo que fuese en la mano, ni al atardecer a Miguel el
del Castaño, el bueno de Miguel, una persona tan austera, prudente, llena de
saber natural, con el que tantos ratos compartí, del que tanto aprendí y cuyas
enseñanzas me han servido de inspiración en no pocos escritos. Al entrar al
pueblo tampoco está ya Rosendo, en ocasiones con su hermano José, sentado en el
escalón, se nos fue una víspera de fiestas. Si vuelves del paseo de la tarde no
vemos a Amadora con sus muletas al lado, a veces acompañada, por Josefa, la
hermana de Antonio y Juan, o María con su hermano José, los del Moralillo,
tampoco ya están sentados debajo del parral de su casa Araceli, ni su Marido el
primo Antonio Gómez.
Como veréis
muchas veces digo primo sin que mi relación familiar con ellos sea estricta,
pero ya sabemos el refrán: Quien quiere la col... Y para mí, y creo que yo para
ellos, pronto comenzamos a formar parte de la misma familia. Y familiares
también han sido muchos los que ya no están por aquí de forma permanente o
temporal como solían. Empezando por la abuela Josefa, una segunda madre para mi
mujer y sus hermanos, todavía me relamo recordando el sabor salado de sus quesos
frescos recién hechos. Antonia, la de la prima María, tan joven, tan llena de
vida y con tantas ganas de vivir. La tía Encarna, la de Granada, la de la Plaza
de la Universidad, a cuántos alcazareños ayudaría en la forma que ella podía
hacerlo, su hijo Antonio. La tía María con el amor desmedido que sentía por su
pueblo, su marido, el tío Alejandro. La tía Mercedes y el tío Vicente, que se
fueron a Padul para despedirse de este mundo, sus hijos Pepe y Mercedes, siempre
tan amables. Antes del último adiós el tío Antonio y la tía María se fueron a
Torvizcón. No recibiremos las visitas esporádicas de su hijo Vicente, ni tampoco
las del tío Vicente Gómez. En Barcelona nos dieron su adiós la prima Amadora, el
tío Manuel, la tía Rosario la Primitiva y su yerno Antonio el de Alfornón.
También, muy
lejos de su tierra se despidieron amigos como Juan, yerno de Manuel y María,
Salvador Domínguez o Lola la Habanera y su marido Manuel Sabio.
Igual que
unos se fueron del pueblo para el viaje definitivo también estuvieron los que
vinieron a Alcázar para despedirse de este mundo. El señor Monfulleda que dejó
su Cataluña natal para recalar aquí. Pepe y sus padres, Lola y Luis, ¡qué buenas
personas! Aún tenemos en la casa una maceta que nos regaló Lola, en esa maceta y
en otros muchos recuerdos siguen viviendo para nosotros.
Si hacemos un
recorrido por el pueblo, además de a los nombrados iremos recordando, y echando
de menos a José el de los Bancales, con sus idas y venidas al cerro Salchicha,
al Gayumbar o al huerto, su suegra Pilar, sus cuñados Araceli y Juan, otro
sempiterno visitante del Gayumbar, Antonio el Molinero, habilidoso como pocos
hombres para ranchear cualquier cosa, su hermana Encarna y su mujer Enriqueta.
Carmen la de las Carrillas, su yerno José y su nuera María Espinosa (cuánto la
cuidó Manuel siempre). Pepe y Diego Cañadas ya hace tiempo que no vienen a la
casa de la Higuerilla para disfrutar de las reuniones con sus hermanas y
cuñados. Miguel el de la Guapa, su suegra. Angustias, que igual que Miguel se fue a la
playa porque allí estaría escrito el punto final de su camino por esta vida.
Todos los helechos que tenemos debajo del nogal vienen de uno que nos llevó una
mañana Angustias.
En el Barrio
Bajo recuerdo a José el Cuco sentado en una silla a la puerta de su casa, como
después lo haría su mujer, Dolores la de la Claudia; a su nuera Teresa y a su
hija María. Antonio Pérez, con su cigarrillo en la mano. María, la mujer de
Manuel, que hace menos de una semana nos dejó. Subiendo del Barrio Bajo
recordamos a Juan el Secretario, Isabel y Quique, otro de los que también se
marchó demasiado joven, al igual que José Antonio, mi amigo "Rejuche".
No veremos
bailar interminables pasodobles en esta plaza a Ángel ni a Pepe el albañil, el
uno se fue en un suspiro, el otro ¡cuánto sufrimiento antes de emprender el
viaje definitivo!, pero nos lo imaginaremos. Tampoco veremos más arreglando
balates y acequias o recogiendo aceitunas o almendras, a Rosario la del Correo,
una de las mujeres más trabajadoras que he visto en toda mi vida. ¡Quién se
fuese como ella se fue: a los 92 años, cansada de trabajar, después de desayunar
y en un segundo!
Si
reflexionamos un poco nos daremos cuenta de cuántas personas pasan por nuestra
vida dejándonos su impronta y algún tipo de recuerdo. Yo he nombrado, no sé si
me habré saltado alguno, a todos los que en estos mis cuarenta años alcazareños
han significado algo para mí. Como comprenderéis no es que los esté recordando a
cada instante, pero siempre hay un momento, una circunstancia, un lugar, un
suceso, una anécdota que me los trae a la memoria y me acuerdo de ellos con
afecto, con cariño. De ese modo vuelven a estar a mi lado en esos instantes, en
cierto modo, es una forma de mantenerlos con vida. Por eso, esta noche he
querido que recordéis conmigo a estos hombres y mujeres a los que en su día yo
traté, y que una vez formaron parte de nuestras vidas y de la vida de nuestro
pueblo.
En estos más
de cuarenta años en Alcázar también he visto crecer y corretear por sus calles a
la nueva savia, a aquellos en los que se va a consolidar el futuro del pueblo,
desde mis propios hijos a los hijos, nietos y biznietos (creo que ya hay también
más de un tataranieto) de la mayoría de los que he nombrado hasta llegar a
María, Hugo, Jara… que creo son los benjamines de todos ellos. Ahí está el
porvenir de nuestro pueblo y en ellos debemos de confiar.
Que nuestros
patronos, la Virgen del Rosario y San Antonio Abad, hayan acogido en su
misericordia a todos los que ya no están a nuestro lado y que ayuden a salir con
bien a lo largo de sus vidas a las nuevas generaciones en las que todos ponemos
nuestra confianza y nuestra esperanza.
Ahora, para
concluir este pregón, quiero dar un giro, cambiar de chip y hablar brevemente,
en forma de trovos, de la rabiosa actualidad:
Si un romance
al comenzar
Ahora para
terminar
Recitaré unas
quintillas
¡Mire usted
qué maravilla!
Que es la
forma de trovar.
Diremos que
con el agua
La cosa está
regular,
Veremos si
pronto pasa
Y nos podemos
duchar
A la hora que
Dios manda.
Las calles
nos las han limpiado
Con máquinas
novedosas,
Gran prisa
nos hemos dado
En recoger
nuestras cosas
Y evitar el
empolvado.
Desde la
iglesia a la Cruz
Han tapado
los boquetes,
Lo dejaron
cual tapete
De terciopelo
o de tul
En menos de
un periquete.
A nuestros
santos patronos
Pedimos con
devoción
Que nos
ayuden a todos,
Que nos den
su bendición
Y nos cubran
con su amor.
¡Felices
fiestas patronales 2017 a todos los alcazareños y a los que nos visitan en estos
días!
Muchas
gracias y buenas noches.
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