ALFORNÓN, el sabor de lo auténtico
(impresiones
de un viajero)
Miguel
Ruiz de Almodóvar Sel
Desplegado
y estirado
como un chicle rosa, sobre un manto verde, escarpado y bravío de
empinadísimas cuestas escalonadas, y casi en lo hondo de
un barranco luminoso hallamos la aldea, barrio o anejo de Alfornón,
también llamado arrabal a una altitud de 870 metros sobre el nivel
del mar, y aproximadamente ciento cincuenta vecinos. Pueblo primitivo y
puro donde los haya, rodeado de suaves laderas sembradas
de viñas, almendros e higueras, que representan sin duda alguna uno de
los paisajes más bellos de toda la Contraviesa. Afable, cálido, cordial
y tierno.
Perteneciente al municipio
de Sorvilán de quien dista quince kilómetros por carretera, tiene pese a
su modestia todo el aspecto y personalidad de un pueblo
que fue grande. Entre ambos, y como arbitrando todo posible conflicto se
encuentra el Haza del Lino, venta, caserío o cortijada famosa
convertida hoy en verdadera área de servicios de casi toda la comarca y
un lugar ideal de encuentros y celebraciones
. Desde allí además puede uno divisar sin mucho esfuerzo una panorámica
sin igual, por un lado las nieves perpetuas de Sierra Nevada y por el
otro el verde azul amarillo del
Mediterráneo,
e incluso en días claros la misma costa africana, algo que de sólo
pensarlo da vértigo. También y a pocos metros uno puede adentrarse en
un bosque de alcornoques, que de antiguo le gente lo remonta “al
tiempo de los romanos”. Un pulmón de aire puro donde perderse a
descansar, sobre todo a la vuelta y como justo
premio al patear de arriba abajo
este lugar
tan especial, con sabor a pueblo tradicional que se llama Alfornón:
Desde la escuela en la parte de arriba hasta el camposanto, allá a lo
hondo, todo un sin fin de callejas empinadas nos esperan, un conjunto
laberíntico de escalinatas de fuego que asoman sus bocas llenas de
perplejidad y sorpresas para el viajero. Partimos del centro, o barrio
principal donde estaba la “era” hoy dedicada a plaza o parking de
vehículos, que sirve de desahogo y expansión a los vecinos, lástima
que se ensolara y callara para siempre el tintineo lamentar de sus
guijarros. Justo al otro extremo de esta tenemos la iglesia, pequeña
pero bonita, incluso desde fuera, allí se venera su patrón San Roque, el
patrón de los arrieros, estatuilla de autor anónimo que dice la leyenda
fue hallada o descubierta en un árbol por un pastor. Pero a falta de una
existen dos imágenes de San Roque, la oficial llamada “El Grande” que se
procesiona el 16 de agosto y otra más popular, y milagrosa, llamada “El
chico” o San Roquillo, que se saca un día después. Pero para bonita la
estatua de San Sebastián, imagen un tanto femenina, de curvas
adolescentes, que medio desnudo, maniatado y ensartado de flechas se
mantiene impasible, y con la mirada perdida, tremendamente serio. A
continuación y próxima a la iglesia tenemos una tienda de comestibles,
y más abajo frente a la plaza otra con bar, sin olvidarnos de su famosa
panadería la de Patricio, conocida en toda la zona por sus hogazas,
bollos de aceite y tortas de chicharrones. Aparte de una fragua de
forja, y por supuesto la industria local por excelencia, o sea la
vitivinícola, existiendo algunos lagares donde se prensa la uva, y saca
un excelente vino de elaboración propia, un típico rosado de la tierra
que conserva perfectamente durante todo el año su característico
paladar. Pero en cualquier caso son restos de un naufragio de lo que fue
Alfornón hace un siglo, de intensa animación gracias a la actividad de
hasta doce fábricas de aguardiente y alcoholes diversos, y la
exportación de sus productos a Granada y Almería. Era también lugar de
parada donde se detenían a descansar los viajeros y hacían cambio de
mulas, además de que tenía servicio regular de correo que aseguraba un
constante intercambio de mensajes. Hoy se puede calificar de semi
despoblado, salvo en verano, como tantos otros de la Alpujarra Baja,
mantenido gracias al trabajo e inversión en los invernaderos de la costa
o los emigrantes catalanes, que tiene su fiel reflejo en las grandes
mansiones, algunas de gusto discutible que se levantan y entremezclan
junto a otras más sencillas y auténticas. Pero un rayo de esperanza
asoma en la lontananza, señalando a la escuela como responsable,
verdadero termómetro de su natalidad, 9 alumnos es su censo escolar,
superior incluso al de sus vecinos Sorvilán y Polopos, todo un orgullo
para los alfornoneros que ven con alegría su futuro sin ningún recelo ni
temor. Como lo es también su pasión por la cacería, a todas luces
visible y constatable para cualquiera por los numerosos perros que
nos saludan no muy lejos de sus colegas y enjauladas perdices colgadas
al sol de las fachadas blancas. Con su compañía
ruidosa damos la vuelta al pueblo entero, llamando la atención por donde
vamos ya sea por la fuente y lavaderos, como tras la búsqueda de esa
plaza tan misteriosa como escondida que de nombre le pondría
Generosidad, para finalmente quedarnos con la estampa más castiza y
querida para el turista la de esa pareja de mulos romos, manejados con
suma maestría por Agustín su dueño. Por entre el olivar escarpado,
dejando abajo el cementerio, cuesta arriba y abriendo surcos sin apenas
una voz, y menos un grito, sólo cariño y a cada cual por su nombre,
Cordero y Montesinos se llaman. Atentos, discretos, laboriosos y muy
activos son los adjetivos que me llevo de regreso aparte de una arroba
de buen vino. Pero sin duda yo prefiero el de agradecidos, como lo
atestiguan
esas placas recordatorias, puestas en la Plaza y en la Iglesia donde
claman con honor que no se olvidarán jamás de todo aquel que les haga
el bien y sea para todos igual. |